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viernes, 20 de febrero de 2009

John R. Searle y la complejidad del lenguaje


Cuando A. J. Ayer (Lenguaje, verdad y lógica) propuso el “principio de verificación” como criterio para determinar si una oración tiene significado, el problema afectó también a las afirmaciones en la teología, y obviamente a la hermenéutica bíblica. Las oraciones en teología se consideraron como proposiciones sin sentido porque no se pueden verificar ya sea analíticamente o empíricamente. Pero, ¿esta postura hace justicia a la realidad del lenguaje? ¿Qué tan complejo es el lenguaje?


John R. Searle hace las siguientes afirmaciones que merecen consideración:

Lo dicho hasta ahora plantea la siguiente cuestión previa: ¿Cómo sé las clases de cosas que afirmo saber sobre el lenguaje? Suponiendo incluso que tengo necesidad de respaldar mis intuiciones apelando a ciertas clases de criterios, sin embargo, si ha de mostrarse que éstos son válidos, ¿no deben estar respaldados por algo? ¿Qué clase de explicación o justificación podría ofrecer para la afirmación de que tal y tal secuencia de palabras es una oración, o de que “oculista” significa médico de ojos, o de que es analíticamente verdadero que las mujeres son hembras? En resumen ¿cómo se verifican tales afirmaciones? Estas cuestiones adquieren una particular importancia si se toman como expresiones de la siguiente cuestión subyacente: “¿No es cierto que todo conocimiento de esta clase, si ha de ser realmente válido, debe basarse en una investigación empírica de la conducta lingüística humana?” ¿Cómo podría alguien saber tales cosas a menos que hubiese realizado un examen estadístico exhaustivo de la conducta verbal de los hablantes del castellano, para descubrir así, cómo ellos usan de hecho las palabras? Mientras esté pendiente tal investigación, ¿no son todas estas argumentaciones mera especulación precientífica?
Como un paso para responder a estos desafíos, me gustaría hacer y desarrollar la sugerencia siguiente. Hablar un lenguaje es tomar parte en una forma de conducta (altamente compleja) gobernada por reglas. Aprender y dominar un lenguaje es (inter alia) aprender y haber dominado esas reglas. Este es el punto de vista familiar en filosofía y en lingüística, pero sus consecuencias no siempre se comprenden completamente.[1]
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[1] John R. Searle, Actos de Habla (Madrid: Cátedra, 1980), 21-22 (hay una edición del 2001).

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