Se atribuye al teólogo luterano Petrus Meiderlinus más conocido como Rupertus Meldenius la máxima In necessariis
unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas “en lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad; pero en todas las
cosas caridad”[1]. Sin embargo, no siempre se ha tenido esa actitud irénica cuando se ha
debatido. Pero, antes de juzgar la historia debemos entender que las expresiones usadas en un punto del debate antaño ocurrieron en circunstancias históricas distintas a las nuestras. Digo esto debido al tema de algunas de los posts en este blog. Algunas de mis publicaciones tendrán que ver con el tema de la presciencia que a veces ocasiona polémica. Comenzaré citando al reformador Calvino. Comentando Romanos 8:29
escribe acerca de la presciencia:
Este conocimiento procedente de Dios, al que San Pablo se refiere, no es una presciencia vacía, como algunos por absurda ignorancia creen, sino que es la adopción por la cual Dios distingue a sus hijos de los réprobos. Según esta opinión, San Pedro dice (1 Pedro 1:2) que los creyentes han sido elegidos en santificación de Espíritu, según el anterior conocimiento de Dios. Deducen mal quienes creen que Dios no ha elegido más que a aquellos dignos de su gracia, porque San Pedro no alaba a los creyentes como si cada uno por derecho propio hubiera sido elegido por sus méritos personales, sino que al acercarles al consejo eterno de Dios les despoja de toda dignidad. San Pablo afirma también, ahora, lo que ya dijo sobre el propósito de Dios. Se deduce que este conocimiento atribuido a Dios depende de su voluntad, porque al adoptarlos no ha extendido su presciencia a lo que estuviera fuera de su majestad, sino que ha señalado solamente a quienes deseaba elegir.[2]
Hay una razón teológica que le lleva a oponerse a la idea de elección sobre la base de la presciencia. Eso atribuye cierto mérito en el ser humano. Por ello, la presciencia debe depender de la voluntad Divina. Para
Calvino quienes no interpretan la presciencia como él es a causa de una
“absurda ignorancia”. Aunque esto pueda parecer desafortunado y poco irénico, se debe leer en su contexto histórico.
[1] Apareció en una obra publicada en 1626 con el título Paraenesis
votiva pro Pace Ecclesiae ad Theologos Augustanae Confessionis.
[2] Juan Calvino, Comentario a La Epístola a Los Romanos (Grand
Rapids: Libros Desafío, 2005), 220.
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