viernes, 22 de marzo de 2013

Amar el evangelio sin amar a la iglesia de Cristo

Una vez oí que alguien había acusado de "eclesiolatría" a quienes afirman amar a la iglesia de Cristo. Yo mismo he sido objeto de crítica porque habemos quienes priorizamos en nuestras agendas nuestro servicio a los creyentes que son la iglesia de Nuestro Señor. En todo caso, aquellos que acusan de "eclesiolatría" también estarían acusando al mismo Salvador porque las Sagradas Escrituras dicen: "así como Cristo amó a la iglesia [ἠγάπησεν τὴν ἐκκλησίαν], y se entregó a sí mismo por ella" (Ef. 5:25). David A. Black (aparece en la fecha 18 de marzo de 2013 a las 8:37 AM) nos hace recordar que amar el evangelio está inseparablemente unido a amar a la iglesia del Señor Jesucristo:
He empezado a esbozar un artículo relativo a la imposibilidad de amar el Evangelio sin amar a la Iglesia que el Evangelio crea. Parece que Pablo fue intencional cuando en un mismo lugar en Colosenses dice que es un siervo (diakonos) del Evangelio y luego dos versículos después dice que él es un siervo (diakonos) de la iglesia. Qué interesante es el mundo en que vivimos - en el que hombres y mujeres puede presumir de ser predicadores de la verdad, repartir folletos y stickers para el parachoques del automóvil de sus vecinos, pero entonces no tienen nada que ver con la comunión con otros creyentes. Veo esa mentalidad todo el tiempo. Pero, Pablo se dedicó por igual a la palabra de la cruz y al pueblo de la cruz - incluso a los cristianos mal pensados, poco nutridos e inmaduros. Lo que he intentado hacer con mis amigos evangélicos es  recordarles que no deben olvidar que Cristo murió por la iglesia y que, como el arca de Noé, el olor puede ser insoportable en el interior, pero los horrores en el exterior son mucho peores.
Francamente no podría haberlo dicho mejor.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Apocalipsis: oír a Jesucristo vs. oír a los expertos en escatología

La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, (Ap. 1:1) 
Uno de los libros de la Biblia que me apasionaba leer en mi adolescencia era Apocalipsis. Pero, con tantas controversias acerca de la interpretación de este libro aquella promesa de ser bienaventurado (Ap. 1:3) por oír esta profecía la sentía diluirse en el mar del debate escatológico. Esto siempre me pareció injusto, pues sentía que la mente humana me estaba robando el gozo de oír a Jesucristo. Por eso, luego de un breve desencanto retomé mi lectura del Apocalipsis. 
Me agrada releer este precioso libro, pero en voz alta porque fue redactado para ser oído (οἱ ἀκούοντες, Ap. 1:3). Una vez prediqué este libro sin enfrascarme en el debate escatológico. Tan sólo lo expuse tratando de leer el texto tal como está ahí, e hice aplicaciones pastorales, porque creo que ese es el punto. No suelo expresar mis opiniones exegéticas acerca del Apocalipsis porque es Jesucristo quien debe ser oído, no tanto el predicador o el experto en escatología. Me adhiero, no sin reservas, a una forma de entender este texto. La escuela de interpretación a la que me refiero se conoce como premilenarismo en su versión dispensacional. Sin embargo, mi entendimiento del Apocalipsis es quizá un dispensacionalismo “heterodoxo” para algunos que consideran como dogma la forma cómo John F. Walvoord, Charles C. Ryrie o Robert L. Thomas estructuran e interpretan este libro. Respeto profundamente a tales maestros de las Sagradas Escrituras y agradezco a Dios por ellos, pero no les atribuyo infalibilidad. Al releer una y otra vez el Apocalipsis no quiero ser fiel a un sistema de interpretación, sólo quiero cual María la hermana de Lázaro, escuchar al Divino Maestro a sus pies. 
Ahora quiero resaltar algunos detalles poco advertidos. Considero afortunado que R. Bauckham me haya hecho reparar en el primer versículo de este libro para apreciar la “cadena de revelación”[1] o “cadena de comunicación de la revelación”[2], como él le llama: Dios, Jesucristo, el ángel, Juan y los cristianos. Algo que sobresale en esta cadena es la trascendencia de los dadores de la revelación. El ángel se niega a recibir adoración (22:8-9), pero Jesús sí es adorado (5:8-12) lo cual indica claramente que Juan considera a Jesucristo como trascendente en contraste con los intermediarios. Otra feliz observación de Bauckham es que Jesucristo no es visto por Juan como un intermediario. Dios y Jesucristo son para Juan los dadores de la revelación, y el ángel con Juan son los instrumentos para comunicar a los cristianos tal revelación.[3] 
La realidad intermediaria del ángel es digna de resaltar, al menos en una sociedad occidental tan secularizada y poco consciente del mundo angelical. Robert L. Thomas considera que el ángel es una referencia a los ángeles como en 17:1 y 21:9, y posiblemente incluye a los cuatro seres vivientes (cap. 4) como seres angelicales.[4] Me parece más acertada la observación de Bauckham quien, además de notar el acuerdo verbal entre 1:1 y 22:6 (probablemente con una relevancia estructural)[5], considera que el ángel de 1:1 es el mismo de 22:6,16, y considera que es el mismo ángel del cap. 10 porque ningún ángel aparece como mediador a Juan hasta el cap. 10.[6] Estas afirmaciones evidentemente son debatibles, pero tiene a su favor la presencia del artículo definido con ἄγγελος que indicaría que Juan tiene en mente a un ángel específico. Como observa David Aune un ángel único sólo se menciona en el prólogo (1:1–8) y en el epílogo (22:6–21).[7] Nuevamente, en ambos pasajes se exalta a Jesucristo como el dador de la revelación. 
_________________ 
[1] Richard Bauckham, The Climax of the Prophecy: Studies on the Book of Revelation (Edinburgh: T&T Clark, 1993), 85. 
[2] Ibid., 135. 
[3] Ibid. 
[4] Robert L. Thomas, Revelation 1-7: An Exegetical Commentary (Chicago: Moody, 1992), 56. Carballosa sigue a Thomas en esta interpretación (Apocalipsis: La consumación del plan eterno de Dios [Grand Rapids: Portavoz, 1997], 42). 
[5] Bauckham, op. cit., 23.
[6] Ibid., 255-256. 
[7] David E. Aune, Revelation 1-5:14 (WBC 52A; Dallas: Word, 2002), 16.

sábado, 16 de marzo de 2013

Cuando el pastor reclama que le digan "pastor": Jesús, los Rabinos y el uso de títulos en el ministerio (revisión)

Esta es la revisión de un artículo que publiqué en el año 2011, y creo conveniente recordar algunas cosas que mencioné en aquella ocasión. A quienes están cumpliendo funciones pastorales en la iglesia de Cristo les invito a examinarnos a la luz de las Sagradas Escrituras. Craig Blomberg publicó en diciembre del 2011 un muy apropiado artículo en su blog acerca del uso de títulos en el ministerio: “Oh Yes, He’s the Right Reverend Professor Doctor So-and-So!” (¡Oh sí, es el Reverendísimo Profesor Doctor Fulano de Tal!). Craig (como prefiere que le llamen) formula varias preguntas: 
¿Puedes llamar a tu pastor sólo por su primer nombre y te sientes cómodo de hacerlo? ¿El pastor se siente igual de cómodo contigo? Si no, ¿por qué no? ¿Las respuestas a esta pregunta son bíblicas o sólo tradicionales? Más importante aún, ¿puedes amablemente cuestionar y estar en desacuerdo con las decisiones de tu pastor y continuar valorándose entre sí, o es que alguien tiene que "ganar"? 
En cada contexto cultural hay formas del habla que sirven para expresar respeto a las personas, y esto tiene peculiaridades asociadas a la época, región, etc. Pero, también es cierto que existen personas que aman capturar la atención y el ser llenos de deferencia. En lo personal, no tengo problemas que me llamen “pastor Manuel” o “pastor Rojas”. Con frecuencia me han llamado “hermano Manuel”, y este trato lo aprecio mucho porque antes de ser pastor de alguien, soy su hermano en Cristo. Cuando ministraba en Ica, una hermana muy anciana a quien tengo mucho aprecio me trataba como “hermano pastor”. A pesar de mi juventud, ella me trató con respeto y genuino amor fraternal. Sé de quienes no tolerarían que alguien les llamase “hermano”, pues estarían prestos a reclamar no sólo el título de “pastor” sino también los miramientos que corresponderían al cargo o la posición. Nuestro Divino Redentor no era muy benevolente con los títulos y consideraciones de acuerdo a Mateo 23:5-12: 
5 Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; 6 y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, 7 y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí. 8 Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. 9 Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. 10 Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. 11 El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. 12 Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. 
5 πάντα δὲ τὰ ἔργα αὐτῶν ποιοῦσιν πρὸς τὸ θεαθῆναι τοῖς ἀνθρώποις· πλατύνουσιν γὰρ τὰ φυλακτήρια αὐτῶν καὶ μεγαλύνουσιν τὰ κράσπεδα, 6 φιλοῦσιν δὲ τὴν πρωτοκλισίαν ἐν τοῖς δείπνοις καὶ τὰς πρωτοκαθεδρίας ἐν ταῖς συναγωγαῖς 7 καὶ τοὺς ἀσπασμοὺς ἐν ταῖς ἀγοραῖς καὶ καλεῖσθαι ὑπὸ τῶν ἀνθρώπων ῥαββί. 8 ὑμεῖς δὲ μὴ κληθῆτε ῥαββί· εἷς γάρ ἐστιν ὑμῶν ὁ διδάσκαλος, πάντες δὲ ὑμεῖς ἀδελφοί ἐστε. 9 καὶ πατέρα μὴ καλέσητε ὑμῶν ἐπὶ τῆς γῆς, εἷς γάρ ἐστιν ὑμῶν ὁ πατὴρ ὁ οὐράνιος. 10 μηδὲ κληθῆτε καθηγηταί, ὅτι καθηγητὴς ὑμῶν ἐστιν εἷς ὁ Χριστός. 11 ὁ δὲ μείζων ὑμῶν ἔσται ὑμῶν διάκονος. 12 ὅστις δὲ ὑψώσει ἑαυτὸν ταπεινωθήσεται καὶ ὅστις ταπεινώσει ἑαυτὸν ὑψωθήσεται. 
Lo que me parece desconcertante es que aun la palabra "siervo" (y su acompañante "consiervo") se usa como título, paradójicamente desprovista de su significado, pues muchas veces quienes usan estos términos no dudan en reclamar deferencias hacia ellos. Las sociedades en medio-oriente durante la antigüedad eran sociedades muy jerarquizadas y estratificadas. Es conveniente releer la información que nos proporciona Joachim Jeremías acerca de los escribas y su estatus en el primer siglo: 
El alumno estaba en relación personal con su maestro y escuchaba su enseñanza. Cuando había llegado a dominar toda la materia tradicional y el método de la halaká, hasta el punto de estar capacitado para tomar decisiones personales en las cuestiones de legislación religiosa y de derecho penal, era “doctor no ordenado” (talmîd hakam). Pero sólo cuando había alcanzado la edad canónica, para la ordenación, fijada en cuarenta años según una noticia postannaítica, podía ser recibido por la ordenación (semikah), en 1a corporación de escribas, como miembro de pleno derecho, como “doctor ordenado” (hakam). A partir de entonces estaba autorizado a zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y ritual, a ser juez en 1os procesos criminales y a tomar decisiones en los civiles, bien como miembro de una corte de justicia, bien individualmente.
Tenía derecho a ser llamado Rabbí, pues este título estaba ya ciertamente en uso entre los escribas del tiempo de Jesús. Además otras personas que no habían recorrido el ciclo regular de formación terminado con la ordenación eran llamadas también Rabbí: Jesús de Nazaret es un ejemplo. Se explica por el hecho de que este título, al comienzo del siglo I de nuestra Era, estaba sufriendo una evolución; siendo primero un título honorífico general, iba a quedar reservado exclusivamente para los escribas. De todos modos, un hombre desprovisto de la formación rabínica completa pasaba por grammata mē memathēkōs (Jn 7,15); no tenía derecho a los privilegios del doctor ordenado.[1] 
Y, más adelante J. Jeremías añade: 
Nuestras fuentes suministran gran cantidad de pequeños detalles que evidencian el prestigio de los escribas a los ojos del hombre de la calle. Lo vemos levantarse respetuosamente al paso de un escriba; sólo estaban excusados de hacerlo los obreros durante su trabajo. Lo oímos saludar solícitamente al escriba, llamándole “rabbí”, “padre”, “maestro” cuando éste pasa ante él con su túnica de escriba, que tenía forma de manto que caía hasta los pies y estaba adornada de largas franjas (Mt 23,5). Cuando los notables de Jerusalén dan una comida, es un ornato de la fiesta ver aparecer, por ejemplo, dos alumnos y futuros doctores como Eliezer ben Hirkanos y Yoshuá ben Jananya. Los primeros puestos están reservados a los escribas (Mt 12,39 y par.) y el rabbí precede en honor al hombre de edad, incluso a sus padres. En la sinagoga ocupaba también el puesto de honor; se sentaba de espaldas al armario de la Torá, mirando a los asistentes y visible de todos (ibid.), Los escribas, finalmente, no se casaban más que excepcionalmente con hijas de gentes no peritas en la Ley.[2] 
El respeto por las personas que están al servicio de Dios es legítimo, pero creo desafortunado pensar que el cargo per se otorga tal prerrogativa. Es decir, la gente debe respetar al pastor porque tiene el cargo y título de "pastor". Esto se acerca más al comportamiento de Diótrefes que al de los ministros de Jesucristo (3 Jn. 9-10):
9 Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. 10 Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohibe, y los expulsa de la iglesia.
Un anciano siervo de Jesucristo exhortaba a sus compañeros de ministerio mucho más jóvenes que él a que ejercieran su autoridad por medio del ejemplo. El anciano era Pablo, quien él mismo practicaba este método de ejercer autoridad espiritual con el ejemplo.
2 Tesalonicenses 3:9: no porque no tuviésemos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para que nos imitaseis.
1 Timoteo 4:12: Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.
Tito 2:7: presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, 
Pedro también enseñó lo mismo:
1 Pedro 5:3: no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. 
El respeto se gana por medio de un testimonio ejemplar. 
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[1] Joachim Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús (2ª ed.; Madrid: Cristiandad, 1980), 251-252. 
[2] Ibíd., 259-260.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Hans Küng, John Piper y el nuevo Papa Francisco I

El siempre polémico sacerdote y teólogo suizo Hans Küng manifestó que está gratamente sorprendido porque el nuevo Papa es latinoamericano y jesuita, y además porque no fueron elegidos los candidatos conservadores favoritos. Por otro lado, el ministerio de John Piper republicó un artículo en donde habla acerca de si tuviera dos minutos con el Papa le pediría que en un minuto explique su punto de vista sobre la doctrina de la justificación. La razón para formular esa pregunta es a causa del lugar central que tiene la doctrina de la justificación por la fe. Coincido en que ésta seguirá siendo una pregunta fundamental no sólo hacia el Papa, sino a la iglesia católico romana. Otra cuestión central es la autoridad de la Biblia frente a la triple fuente de autoridad en el catolicismo (la Tradición, el Magisterio y la Biblia). Estos no son asuntos secundarios, son centrales a la fe. Por eso, nuestro compromiso en América Latina debe seguir siendo el de evangelización.
Quiero comentar otra cosa a propósito de papados. El papado no es visto favorablemente por la mayoría de evangélicos. Las críticas hacia esta elección no se hacen esperar. Pero, siguiendo el mandato de Cristo, no seamos hipócritas queriendo ver la paja en el ojo ajeno sin sacar nuestra viga. Hay en el mundo evangélico líderes que en lugar de ser ejemplos de la grey y amar la iglesia de Cristo se aprovechan de la congregación. Los evangélicos saben tener a sus "ungidos", "intocables", "infalibles", "soberanos", "insustituibles", los "voceros" divinos que ostentan autoridad absoluta sobre las congregaciones, que se adueñan de las vidas y las conciencias. Si se ve como amenazante un Papa latinoamericano, hace tiempo que en latinoamérica tenemos a la iglesia evangélica engangrenada de líderes usurpadores de la soberanía de Cristo.
Actualización:
Rick Warren, por su parte, hizo un llamada ayer para orar y ayunar por los 115 cardenales buscando la voluntad de Dios para un nuevo líder. Más tarde sostuvo que no todo lo que es diferente es demoníaco, que aprendamos a aceptar las diferencias pues a Dios le gusta la variedad. Hoy Warren le dio la bienvenida al nuevo Papa. Como mencioné, la doctrina de la justificación está en el corazón del evangelio, y no podemos como quiere Warren celebrar diferencias en una enseñanza tan fundamental.
Actualización:
John Piper ha publicado un artículo aclarando su uso de la palabra herejía para referirse a la forma cómo se entiende la justificación en el catolicismo.

jueves, 7 de marzo de 2013

La costilla de Adán

Es muy famosa la explicación que Matthew Henry dio acerca de la costilla de Adán:
Que la mujer fue formada de una costilla (es decir, del costado) de Adán; no fue hecha de su cabeza, como para tener dominio sobre él; ni de sus pies, como para ser pisoteada por él; sino de su costado, para ser igual a él, de debajo de su brazo para ser protegida, y de junto al corazón para ser amada.[1]
Igual de poética es la explicación que nos proporciona el erudito bíblico, el rabino Umberto Cassuto: 
Tal como la costilla se encuentra al lado del hombre y está unida a él, aun así la buena esposa, la costilla de su esposo, se encuentra a su lado para ser su ayudante-contraparte, y el alma de ella está ligada a él.[2] 
Dios no extrajo a la mujer de un miembro que podría haber dejado discapacitado al hombre. La palabra hebrea צֵלָע ha sido traducida como "costilla", pero también significa "costado". Esto indica que se trataba no sólo de hueso, sino de hueso con tejido muscular, por eso dice Adán "hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn. 2:23). El hueso que es lo fuerte del cuerpo, y la carne que es lo blando del cuerpo. Adán considera su relación con Eva en ambos aspectos lo fuerte y lo débil.

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[1] Matthew Henry, Comentario Bíblico De Matthew Henry (trad. Francisco Lacueva; Barcelona: CLIE, 1999), 20. 
[2] Umberto Cassuto, A Commentary on the Book of Genesis: Part I, From Adam to Noah (Genesis I-VI 8) (trad. Israel Abrahams; Jerusalem: The Magnes Press, The Hebrew University, 1998), 134.

lunes, 4 de marzo de 2013

Ralph P. Martin (1925-2013)


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El lunes 25 de febrero, partió a la presencia del Señor el distinguido erudito bíblico Ralph P. Martin, en Southport, Inglaterra. El Dr. Martin fue profesor de Nuevo Testamento en el Fuller Theological Seminary, donde trabajo por muchos años. El hermano Martin era reconocido por su conocimiento enciclopédico del Nuevo Testamento. Dios le tenga ahora en gloria. Nuestras plegarias por la familia.

sábado, 2 de marzo de 2013

Howard Hendricks (1924-2013)

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Esta semana estuve exponiendo las Escrituras en un campamento de jóvenes en Chiclayo, al norte de Trujillo y las semanas anteriores las ocupé en varios asuntos. Hoy me enteré que nuestro hermano H. Hendricks ahora está con el Señor. Agradezco a Dios por el ministerio docente del hermano Hendricks, quien fue profesor en el Dallas Theological Seminary donde enseñó "Exposición bíblica y Hermenéutica". Un libro del profesor Hendricks que ha sido difundido en español es Enseñando para Cambiar Vidas, que es una inmejorable manera para referirse a la pedagogía en general, y dentro de la iglesia en particular. Mis plegarias a favor de los familiares del hermano Hendricks.
Actualización: El hermano Hendricks partió a estar con el Señor el 20 de febrero.

domingo, 10 de febrero de 2013

El constructivismo pedagógico y la iglesia

La educación no es patrimonio de alguna confesión religiosa, es patrimonio del hombre. Esta es una verdad "auto-evidente". Y, esta actividad es muy propia del hombre porque Dios le creó así, porque Dios es educador. Los cristianos por fe "entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía" (He. 11:3 R60). Si el hombre educa es porque Dios educa. La tradición judeo-cristiana considera central en el proceso educativo aquel otro proceso de enseñanza-aprendizaje (véase por ejemplo el uso de διδάσκω). La iglesia por su misma naturaleza es docente, la iglesia ha estado educando, y por ende enseñando, por muchos siglos. La iglesia ha considerado ciertos métodos como más convenientes para el logro de sus objetivos educacionales. Y, a veces se ha optado por mantenerse cerrada a cualquier "innovación" (esta es una palabra que fascina a algunos pedagogos). Pero, no sólo la iglesia enseña, el hombre ha venido haciendo esto por milenios. La pedagogía nos ha informado de distintas teorías del aprendizaje que han influido las decisiones de los gobiernos para la implementación de la educación. Una de las teorías que ha sido implementada en muchos países es el constructivismo pedagógico (hay quienes consideran que ni siquiera es una teoría científica, sino una explicación filosófica). No quiero hacer un análisis crítico detallado de esta "teoría". Si partimos de la premisa que el conocimiento científico es perfectible, entonces sería erróneo aceptar dogmáticamente el constructivismo. Pero, sería mezquino no reconocer elementos provechosos en el constructivismo. En esto estoy de acuerdo con Dale H. Shunk (Learning theories: an educational perspective [6a ed.; Boston: Pearson, 2012]), aunque él es un tanto ecléctico con relación a las teorías educativas. A pesar de los elementos provechosos, veo problemas con el subjetivismo (heredado del idealismo modernista). Mi mayor dificultad está en el punto de vista gnoseológico que subyace en el constructivismo. Sin embargo, no debemos como iglesia cerrarnos a las investigaciones pedagógicas porque la educación es parte de la condición humana. Se debe mantener una actitud crítica, como dice Pablo "Examinadlo todo; retened lo bueno" (1 Ts. 5:21 R60).

martes, 22 de enero de 2013

La iglesia y el narcisismo

El mito de Narciso vino a designar dentro de la psiquiatría un trastorno de la personalidad, que según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) el trastorno narcisista de la personalidad es un patrón de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía. Es sorprendente la similitud que hay entre esta definición y la conducta de muchos líderes evangélicos. El Manual continúa su descripción de este trastorno así (mis comentarios describiendo hipotéticamente la conducta del líder narcisista evangélico los he puesto entre corchetes [cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia]): 
... empieza al comienzo de la edad adulta y que se da en diversos contextos [como la iglesia]. 
... Es habitual en ellos el sobrevalorar sus capacidades [son infalibles o se creen las voces autorizadas de una denominación, hablan a nombre de todos] y exagerar sus conocimientos [no hay otros como ellos, defensores oficiales de la doctrina tal como ellos la conciben] y cualidades [son insustituibles ¡qué sería de la iglesia sin ellos!], con lo que frecuentemente dan la impresión de ser jactanciosos y presuntuosos [algo proscrito entre evangélicos y por lo mismo muy bien disimulado fácilmente con una falsa modestia, pues son humildemente infalibles]. Pueden asumir alegremente el que otros otorguen un valor exagerado a sus actos [pregonan la mucha bendición que otros reciben de sus ministerios o acciones y cuentan las alabanzas recibidas, o los "likes" a sus comentarios en sus cuentas de facebook] y sorprenderse cuando no reciben las alabanzas que esperan y que creen merecer [son incomprendidos, mártires de la fe]. Es frecuente que de forma implícita en la exageración de sus logros se dé una infravaloración (devaluación) de la contribución de los demás [a los "otros" les falta más estudio exegético, los "demás" se dejan llevar por sus prejuicios teológicos]. A menudo están preocupados por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios [tienen el proyecto internacional que salvará a la iglesia y todos tienen que adherirse a la agenda de ellos, a su visión]. Pueden entregarse a rumiaciones sobre la admiración y los privilegios que "hace tiempo que les deben" [son los "ungidos" o los "iluminados" con autoridad teológica] y compararse favorablemente con gente famosa o privilegiada [como esto también es proscrito en el mundo evangélico, vale compararse con Pablo, el gran Apóstol].
Los sujetos con trastorno narcisista de la personalidad creen que son superiores, especiales o únicos y esperan que los demás les reconozcan como tales [obviamente no lo dirán, pero cuando afirman algo lo hacen con la autoridad del magister dixit-"el maestro lo dijo"-y su palabra es inapelable, además gustan de epítetos antepuestos a su nombres o apellidos]. Piensan que sólo les pueden comprender o sólo pueden relacionarse con otras personas que son especiales o de alto status [sólo otros "ungidos", "iluminados" o pastores con gran experiencia los entenderían] y atribuyen a aquellos con quienes tienen relación las cualidades de ser "únicos", "perfectos" o de tener "talento" [proclaman su amistad con grandes teólogos, doctores, reverendos, "ungidos", "apóstoles"]. Los sujetos con este trastorno creen que sus necesidades son especiales y fuera del alcance de la gente corriente [nunca consultarían o buscarían consejo con un cristiano de a pie pues ellos necesitan a otros líderes que sí les entiendan a su nivel]. Su propia autoestima está aumentada (por reflejo) por el valor idealizado que asignan a aquellos con quienes se relacionan [ellos valoran mucho a sus "consiervos" por encima de los miembros de iglesias que sólo son "laicos"]. Es probable que insistan en que sólo quieren a la persona "más importante" (médico, abogado, peluquero, profesor [pastor, apóstol, teólogo]) o pertenecer a las "mejores" instituciones [institutos bíblicos, seminarios], pero pueden devaluar las credenciales de quienes les contrarían [quienes les cuestionan es porque carecen de entrenamiento, iluminación o alguna entidad del mal les ha oscurecido el entendimiento].
Generalmente, los sujetos con este trastorno demandan una admiración excesiva. Su autoestima es casi siempre muy frágil. Pueden estar preocupados por si están haciendo las cosas suficientemente bien y por cómo son vistos por los demás [luego de un sermón les encanta escuchar halagos]. Esto suele manifestarse por una necesidad constante de atención y admiración. Esperan que su llegada sea recibida con un toque de fanfarrias y se sorprenden si los demás no envidian lo que ellos poseen. Intentan recibir halagos constantemente, desplegando un gran encanto. Las pretensiones de estos sujetos se demuestran en las expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial [quieren que se les trate como la mujer de Sunem lo hizo con Eliseo]. Esperan ser atendidos y están confundidos o furiosos si esto no sucede [son intolerantes a la frustración, no aceptan un "no" por respuesta]. Por ejemplo, pueden asumir que ellos no tienen por qué hacer cola y que sus prioridades son tan importantes que los demás deberían ser condescendientes con ellos [se les debe tolerar sus faltas y "errores" -a veces llamados pecados], por lo que se irritan si los otros no les ayudan en su trabajo "que es tan importante" [condenan vehementemente la falta de cooperación]. Esta pretenciosidad, combinada con la falta de sensibilidad para los deseos y necesidades de los demás, puede acarrear la explotación consciente o inconsciente del prójimo. Esperan que se les dé todo lo que deseen o crean necesitar, sin importarles lo que les pueda representar a los demás. Por ejemplo, estos sujetos pueden esperar una gran dedicación por parte de los demás y pueden hacerles trabajar en exceso sin tener en cuenta el impacto que esto pueda tener en sus vidas [les ordenan a quienes están bajo su autoridad que hagan las cosas a la manera de ellos pues esto es lo "mejor" sin importarles el costo]. 
La psiquiatría denomina "trastorno" a este tipo de conducta, pero la fe evangélica clasifica esta conducta en la categoría de "pecado". Cuan distante está este tipo de conducta de la esperada en aquellos que ocupan el liderazgo de la iglesia:
Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. (1 P. 5:1-4)