martes, 19 de abril de 2011

Testigos de la resurrección

Es evidente que la palabra “testigo” (μάρτυς) en el libro de los Hechos retiene la carga semántica de trasfondo legal. El testigo es alguien que certifica la ocurrencia de un hecho, y lo único que cuenta es su palabra. La prueba del testimonio es que la palabra dada corresponda con la realidad. Pero, ante un hecho irrepetible y pretérito, el testimonio cristiano firma su declaración con la sangre. El testigo está frente a todos nosotros trayéndonos el bendito mensaje del Jesús resucitado. Me llama muchísimo la atención que en el libro de los Hechos el sustantivo μάρτυς está íntimamente relacionado con la proclamación del Cristo vivo: Hch 1.3 cf. 1.8; 1.22; 2:32; 3:15; 5:32; 10:39,41; 13:31.
El Dr. George E. Ladd, en su refinado estilo, lo expresa así:
El hecho de que la resurrección continuó siendo el punto central de la proclamación de los cristianos se comprueba por las reseñas de sermones posteriores. Cuando el evangelio fue llevado a los gentiles por vez primera, Pedro hizo a Cornelio una brevísima declaración tocante a la vida y la muerte de Jesús. Luego afirmó: "A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos". (Hch. 10: 40-41). Pedro dio testimonio, no sólo de la resurrección, sino de la reanudación de su propia experiencia de comunión con el Señor resucitado.[1]

Celebremos la resurrección de Nuestro Salvador, y agradezcamos a Dios por el testimonio apostólico que tiene la impronta de la sangre.


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[1] George E. Ladd, Creo en la resurrección de Jesús (Miami: Caribe, 1977), 54.

lunes, 18 de abril de 2011

"Griego del Espíritu Santo"

Eruditos de antaño consideraban que el griego del Nuevo Testamento era un griego inspirado especialmente por el Espíritu Santo. El teólogo luterano alemán Ricard Rothe afirmó esto en su obra Zur Dogmatik:
Man kann in der That mit gutem Fug von einer „Sprache des heiligen Geistes" reden.[Podemos hablar con propiedad de un idioma del Espíritu Santo][1]. Otro teólogo alemán, Hermann Cremer, asumió esa tesis en su obra Biblico-Theological Lexicon of the New Testament Greek.[2]
La discusión acerca de este tema tiene una larga historia. No obstante, no podemos despojar al Nuevo Testamento de su génesis en el tiempo y el espacio. El Nuevo Testamento emergió en un contexto específico con un idioma muy humano sin dejar de ser el Libro de Dios.


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[1] Richard Rothe, Zur Dogmatik (Gotha: F. A. Perthes, 1863), 238.
[2] Hermann Cremer, Biblico-Theological Lexicon of the New Testament Greek (3a edic.; Edinburgh: T&T Clark, 1886), iv.

sábado, 16 de abril de 2011

Uso y abuso del aoristo

"Este verbo, en griego, está en aoristo lo cual significa que la acción se produce una vez y para siempre".
Afirmaciones de este tipo son comunes entre nosotros. La misma palabra "aoristo" es asociada con cierto conocimiento esotérico e inaccesible, que sólo las almas iluminadas pueden acceder a él.
Una obra seminal que ha ayudado a la desmitologización del aoristo es el artículo del profesor Frank Stagg publicado en 1972 (¡!). El artículo está disponible en internet, se intitula "The abused aorist".

Por ejemplo, en Marcos 1.11 leemos "Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia [εδκησα indicativo aoristo de εδοκω “tener complacencia”]". Obviamente no entendemos que Dios tuvo complacencia en Su Hijo sólo una vez en algún punto de la eternidad.
Me parece acertado lo que dice el profesor Stephen Levinsohn:
"Termino con una advertencia final. Si al hacer la exégesis de un pasaje, se tienen en cuenta los rasgos discursivos del texto griego, por lo general el resultado NO será una nueva interpretación del pasaje. Pero el hecho de haber tenido en cuenta tales rasgos permitirá al exegeta poder escoger entre las diversas interpretaciones existentes".

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viernes, 15 de abril de 2011

¿Cuál es el antecedente del pronombre demostrativo neutro singular τοῦτο (“esto”) en Efesios 2.8?

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios
Τῇ γὰρ χάριτί ἐστε σεσῳσμένοι διὰ πίστεως· καὶ τοῦτο οὐκ ἐξ ὑμῶν, θεοῦ τὸ δῶρον
Efesios 2.8


De acuerdo al Dr. Daniel B. Wallace hay 4 alternativas: (1) “gracia”; (2) “fe”; (3) el concepto de salvación por gracia por medio de la fe; (4) y καὶ τοῦτο teniendo una fuerza adverbial sin tener antecedente, siendo equivalente a “y especialmente”.[1]

El problema con las alternativas (1) y (2) es que χάριτί (“gracia”) y πίστεως (“fe”) son sustantivos femeninos, mientras que el pronombre τοῦτο es neutro.
Hasta donde sé, Agustín de Hipona fue uno de los primeros en proponer la alternativa (2). Con respecto a si la fe es un don de acuerdo a Efesios 2:8, en el nivel gramatical podemos concluir que las palabras "fe" y "gracia" probablemente no son los antecedentes del pronombre neutro. Mientras es verdad que en raras ocasiones, cuando un pronombre aparece entre dos sustantivos, el pronombre no coincide en género con el sustantivo antecedente porque es atraído por el sustantivo consecuente. Sin embargo, el caso de Efesios 2:8 no tiene paralelo.

Puesto que "don" (δῶρον) está en neutro singular nominativo algunos han considerado que τοῦτο está relacionado con δῶρον. El problema es que no es el predicado nominal de τοῦτο. Es por ello que la probabilidad gramatical y el contexto indicarían que el concepto de salvación por gracia por medio de la fe sería el antecedente de τοῦτο. A. T. Robertson se inclina por esta interpretación, que es la alternativa (3).
El Dr. Wallace defiende la alternativa (4), que la expresión καὶ τοῦτο cumple una función adverbial sin tener antecedente, enfocándose en el participio perfectoo σεσῳσμένοι, siendo equivalente a “y especialmente”[3]. De acuerdo a Wallace, el texto podría traducirse "por gracia habéis sido salvados a través de la fe, y especialmente no de vosotros, es don de Dios". Esta interpretación, hasta donde tengo información, no es muy difundida entre los comentaristas.


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[1] Daniel B.Wallace, Greek Grammar Beyond the Basics: An Exegetical Syntax of the New Testament (Grand Rapids: Zondervan, 1996), 334.

[2] A. T. Robertson, A Grammar of the Greek New Testament in the Light of Historical Research, 704.

[3] Wallace, op. cit., 335.

lunes, 17 de enero de 2011

Nuevamente en la red

Estoy desarrollando en la iglesia una serie de estudios en la primera carta de Pablo a Timoteo. Me parece acertada la opinión de G. Fee que esta carta era quasi una carta poder que confería a Timoteo un certificado escrito para efectuar las correcciones respectivas. No es, pues, casual que Pablo escriba en el encabezado:
Παῦλος ἀπόστολος Χριστοῦ Ἰησοῦ κατ᾽ ἐπιταγὴν θεοῦ σωτῆρος ἡμῶν καὶ Χριστοῦ Ἰησοῦ τῆς ἐλπίδος ἡμῶν
1Ti 1.1
Así, destaca la cuestión de la autoridad Divina. Pues, ¡el apóstol define su ministerio en base al ἐπιταγή ("autoridad", BDAG) de Dios!

sábado, 23 de octubre de 2010

Carballosa y el significado de ὄρος (“montes”) en Ap 17.9


Comentando Ap 17.9,10, el Dr. Carballosa asevera lo siguiente:
Un detalle que debe observarse es que Roma está ubicada sobre colinas o collados (bounós) que es una elevación menor que una montaña (véase Lc. 3:5; 23:30). El vocablo “montes” en Apocalipsis 17:9 es órei (plural de óros). Este vocablo se usa generalmente para referirse a un monte alto o montaña (véanse Mt. 5:14; Lc. 9:28; Ap. 6:16). De modo que el uso del vocablo “montes” (óros) como símbolo de un reino es perfectamente apropiado.[1]
Aquí tenemos el texto griego de Ap 17.9:

δε νος χων σοφαν. Α πτ κεφαλα πτ ρη εσν, που γυν κθηται π ατν. κα βασιλες πτ εσιν·
Esto, para la mente que tenga sabiduría: Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer,

El Dr. Carballosa es un expositor que defiende la autoridad de las Sagradas Escrituras que sobresale por su insistencia en la sana exégesis. Sin embargo, hay  algunos problemas con el manejo de la semántica por parte del Dr. Carballosa en Ap. 17.9.
  1. No se presenta evidencia de escritores griegos en donde a las colinas de Roma se les haya llamado βουνς.
  2. Hubiera sido conveniente citar algún diccionario que certifique que a las colinas de Roma se les haya llamado βουνς. 
  3. Un detalle que no se toma en cuenta es que ὄρος significa tanto “monte” como “colina”[2]. Además, se debe señalar que la terminología topográfica es un tanto relativa (cf. NETBible). 
  4. Por otro lado, Estrabón usa la palabra ρος para referirse a dos de las colinas de Roma (Geographica 5.3.7.11: τ Καίλιον ρος κα τ βεντνον ρος). Dio Casio denomina precisamente a las colinas de Roma con la palabra ὄρος  (Historiae Romanae 53.27.5: ἐν τῷ Παλατίῳ ὄρει)[3]. 
  5. No se toma en cuenta que los autores latinos usan intercambiablemente collis (“colina, collado”) con mons (“monte, montaña”) cf. Horacio, Carmen Saeculare 7: septem placuere colles; Tibullo, Elegiae 2.5.55-56: de septem montibus herbas; Varro, De Lingua Latina 6.24.6: septem montibus. 
  6. Un fenómeno interesante es que Varro en su De Lingua Latina 6.24.5 denomina a la ubicación de Roma como Septimontium, y Suetonio en su De Vita Caesarum (Vida de Domiciano 4.5) con referencia a Roma como Septimontia. 
  7. Lo llamativo es que el Dr. Carballosa a lo largo de su comentario ha interpretado literalmente (como una referencia topográfica) todas las otras 6 apariciones de la palabra ὄρος en el Apocalipsis (Ap 6.14,15,16; 8.8; 14.1; 16.20; 21.10). Y, sólo en este pasaje interpreta la palabra ὄρος simbólicamente.
Vemos que la tarea exegética exige indagaciones en el campo de la semántica que pueden resultar tediosas. Pero, como el mismo Dr. Carballosa afirma:
un digno enfoque del Apocalipsis debe dar seria consideración a una exégesis profunda del texto que no escatime esfuerzos por estudiar las cuestiones pertinentes al mensaje del libro.[4]
Estas observaciones sugieren que la expresión πτ ρη (“siete montes”) puede probablemente referirse a Roma. Y esta interpretación no es necesariamente una postura que adolezca de “serios defectos y problemas exegéticos”. Nuestra falibilidad exige una revisión, y en algunos casos corrección, constante de nuestras investigaciones.

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[1] Evis L. Carballosa, Apocalipsis: La consumación del plan eterno de Dios (Grand Rapids: Portavoz, 1997), 334.
[2] Cf. LSJ, 1255; BDAG, 724; Friberg, 285; TLNT 2:597; TDNT 5:475; EDNT 2:534; NIDTT. Esto es correctamente reconocido por G. K. Beale, The Book of Revelation (NIGTC; Grand Rapids: Eerdmans, 1999), 868. Debe notarse que el Dr. Beale no identifica los siete montes con Roma por otras razones, sin apelar al significado ὄρος.
[3] Cf. Werner Foerster, TDNT 5:475.
[4] Carballosa, Apocalipsis, 16.

miércoles, 13 de octubre de 2010

J. S. Bach: Choral BWV 147

Espero que disfruten este arreglo para guitarra. ¡Siempre disfruto a Bach!
[http://www.youtube.com/watch?v=lEOKARw23iU&feature=related]

lunes, 27 de septiembre de 2010

La identificación del dador del pacto (Éx 20.1)


20:1
 וַיְדַבֵּר אֱלֹהִים אֵת כָּל־הַדְּבָרִים הָאֵלֶּה לֵאמֹר׃
וַיְדַבֵּר conjunción waw consecutiva + Pi’el imperfecto 3ª persona masculino singular “y habló”
אֱלֹהִים nombre masculino plural “Dios”
אֵת partícula que señala objeto directo
 כָּל־ nombre masculino singular constructo “todas”
הָדְּבָרִים artículo definido + nombre masculino plural “las palabras”
 הָאֵלֶּהartículo definido + adjetivo demostrativo masculino plural “estas”
לֵאמֹר preposición + Qal infinitivo constructo “diciendo”
Si la propuesta de Mendenhall es correcta, entonces tendríamos aquí la identificación del dador del pacto. Lo que se enfatiza en este versículo, por tanto, no es propósito ni la naturaleza de las diez palabras, sino la fuente de las palabras. El Dador del pacto es Dios mismo, son Sus palabras. Dios habló y eso debía ser suficiente para ellos. Cf. Éx 20.22.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Los diez mandamientos y los tratados de suzeranía


De acuerdo a Raymond F. Collins[1] el estudio del decálogo dio un paso adelante cuando George E. Mendenhall comparó los textos del pacto bíblico con un grupo de tratados hititas de suzeranía.[2] Mendenhall señaló que el contenido de Éx 19-24, Jos 24 y el libro de Deuteronomio era similar al de los tratados hititas de “suzeranía”.
Una evaluación de los tratados hititas del segundo milenio a.C. como de los tratados asirios del primer milenio a.C. revela varias clases de tratados. Algunos fueron conocidos como tratados de “paridad”, en los cuales partes iguales entran en un acuerdo comprometiéndose bajo juramento. De especial interés son los tratados conocidos como tratados de “suzeranía” en los cuales un gobernante más débil se subordina a sí mismo junto con su reino (como vasallos) ante un gobernante más poderoso denominado “suzerano”. En 1931 Viktor Korošec [3] publicó una investigación en la cual describió la estructura de los tratados y los aspectos legales de los mismos.
1.      La identificación del dador del pacto. Esta introducción del tratado usualmente empieza con la fórmula “Las palabras de…”, seguida por el nombre del rey hitita, su genealogía, sus títulos, terminando con el epíteto de “el héroe”.
2.      El prólogo histórico. En esta sección el rey hitita hacía un recuento de las obras realizadas en beneficio del vasallo. La motivación para esta sección fue que ese pasado servía como la base sobre la cual el vasallo estaba obligado a obedecer las estipulaciones del pacto. El concepto que subyace en el prólogo histórico es el de reciprocidad. El recuento del pasado recalcaba los beneficios otorgados por el rey poderoso implicando un compromiso de gratitud por parte del vasallo.
3.      Las estipulaciones. En esta sección se describían los intereses del gran rey que el vasallo debía proteger y obedecer.
4.      La provisión para el depósito y la lectura pública periódica. El depositar una copia del tratado en el templo era un acto que indicaba que el tratado era incluido entre los intereses de la deidad local y el pacto quedaba bajo la protección de la deidad. El pacto era sacralizado, y su lectura periódica garantizaba la fidelidad de las futuras generaciones.
5.      La lista de testigos para el tratado. Los testigos, “la tercera parte”, eran exclusivamente deidades o elementos deificados del mundo natural. Por lo regular, la lista era muy larga e incluían los cielos, la tierra, las montañas, los ríos…
6.      Las bendiciones y las maldiciones. Esta sección del tratado describía en detalle las consecuencias de la obediencia y desobediencia con la cual los testigos del tratado recompensaban o castigaban al vasallo.
7.      La ceremonia de ratificación. Por medio de un ritual se formalizaba el tratado bajo juramento. El ritual consistía frecuentemente del sacrificio de un animal.
8.      La imposición de las maldiciones. En caso de violación del tratado, el suzerano declaraba las maldiciones y privaba al vasallo de su protección.[4]
Los tratados poseían varios elementos comunes, pero no todos los elementos de los tratados se hallaban en cada tratado. La comparación hecha por Mendenhall entre los tratados de suzeranía y los pactos bíblicos provocó un amplio debate entre los eruditos. El erudito reformado Meredith G. Kline argumentó que el libro de Deuteronomio estaba estructurado de acuerdo a las características de los tratados internacionales del segundo milenio a.C.[5] No sólo esto, sino que las dos tablas del decálogo, de acuerdo a Kline, poseen notables similitudes con los tratados de suzeranía.[6] Al igual que Kline, Kenneth A. Kitchen apoyó esta tesis que el libro de Deuteronomio seguía el patrón de los tratados hititas.[7]
Este tema de la comparación de los pactos bíblicos con los tratados de suzeranía ha generado un amplio debate entre los eruditos. Hay eruditos muy respetados que consideran esta explicación de los pactos bíblicos como la más probable. Esto tiene implicaciones exegéticas muy significativas. Termino con estas reflexiones de E. C. Lucas a este respecto:
El significado histórico es bastante obvio. Si la evidencia de que el pacto del Sinaí se expresó en la forma de los tratados de los siglos XIV y XIII antes de Cristo es sólida, esto apoya la antigüedad de las tradiciones del pacto mosaico en el marco del Antiguo Testamento. El principal, aunque de ninguna manera el único, significado teológico de la forma del tratado es lo que ello implica acerca de la manera en que se deben considerar la ley del pacto, y sus maldiciones y bendiciones. Existe el peligro (y éste es el que los israelitas no siempre evitaron) de entenderlas en una estricto base quid pro quo. La obediencia ganará el favor y la garantía de una recompensa. Sin embargo, esto confunde pacto con contrato. Los tratados hititas no son contratos. Son dones de gracia dados por el señor para definir y confirmar una relación existente (de ahí el prólogo histórico). El vasallo mantiene las estipulaciones del pacto no para ganar el favor, sino como una respuesta de gratitud por los beneficios del señor. El punto de las bendiciones y las maldiciones es que el vasallo fiel sigue disfrutando de estos beneficios, mientras que la infidelidad persistente (que en el contexto del tratado se considera como una expresión de grosera ingratitud) en efecto pone fin a la relación expresada por el pacto. Sin embargo, el fin no es necesariamente definitivo. El señor podía ejercer misericordia y renovar la relación con un vasallo arrepentido.[8]

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[1] Raymond F. Collins, “Ten Commandments”, ABD 6:384.
[2] George E. Mendenhall, “Ancient Oriental and Biblical Law”, BA (1954) 17: 26-45. Véase también la monografía de Mendenhall, Law and Covenant in Israel and the Ancient Near East (Pittsburgh: Presbyterian Board of Colportage, 1955). George Emery Mendenhall es un autor y profesor emérito del Departamento de Estudios del Cercano Oriente en la Universidad de Michigan.
[3] Viktor Korošec, Hethitische Staatsverträge: Ein Beitrag zu ihrer juristischen Wertung (Leipziger Rechtswissenschaftliche Studien, 60; Leipzig: Theodor Weicher, 1931).
[4] Cf. George E. Mendenhall y Gary A. Herion, “Covenant”, ABD 1:1180-1182.
[5] Cf. Meredith G. Kline, “Dynastic Covenant”, WTJ 23 (1960/61): 1-15. Ver también su estructura del libro de Deuteronomio.
[6] Cf. Meredith G. Kline, “The Two Tables of the Covenant”, WTJ 22 (1960): 133-146.
[7] Cf. Kenneth A. Kitchen, On the Reliability of the Old Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 2003), 283-312.
[8] E. C. Lucas, “Covenant, Treaty, and Prophecy”, Themelios 8.1 (Setiembre 1982): 19-23.