martes, 22 de enero de 2013

La iglesia y el narcisismo

El mito de Narciso vino a designar dentro de la psiquiatría un trastorno de la personalidad, que según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) el trastorno narcisista de la personalidad es un patrón de grandiosidad, necesidad de admiración y falta de empatía. Es sorprendente la similitud que hay entre esta definición y la conducta de muchos líderes evangélicos. El Manual continúa su descripción de este trastorno así (mis comentarios describiendo hipotéticamente la conducta del líder narcisista evangélico los he puesto entre corchetes [cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia]): 
... empieza al comienzo de la edad adulta y que se da en diversos contextos [como la iglesia]. 
... Es habitual en ellos el sobrevalorar sus capacidades [son infalibles o se creen las voces autorizadas de una denominación, hablan a nombre de todos] y exagerar sus conocimientos [no hay otros como ellos, defensores oficiales de la doctrina tal como ellos la conciben] y cualidades [son insustituibles ¡qué sería de la iglesia sin ellos!], con lo que frecuentemente dan la impresión de ser jactanciosos y presuntuosos [algo proscrito entre evangélicos y por lo mismo muy bien disimulado fácilmente con una falsa modestia, pues son humildemente infalibles]. Pueden asumir alegremente el que otros otorguen un valor exagerado a sus actos [pregonan la mucha bendición que otros reciben de sus ministerios o acciones y cuentan las alabanzas recibidas, o los "likes" a sus comentarios en sus cuentas de facebook] y sorprenderse cuando no reciben las alabanzas que esperan y que creen merecer [son incomprendidos, mártires de la fe]. Es frecuente que de forma implícita en la exageración de sus logros se dé una infravaloración (devaluación) de la contribución de los demás [a los "otros" les falta más estudio exegético, los "demás" se dejan llevar por sus prejuicios teológicos]. A menudo están preocupados por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios [tienen el proyecto internacional que salvará a la iglesia y todos tienen que adherirse a la agenda de ellos, a su visión]. Pueden entregarse a rumiaciones sobre la admiración y los privilegios que "hace tiempo que les deben" [son los "ungidos" o los "iluminados" con autoridad teológica] y compararse favorablemente con gente famosa o privilegiada [como esto también es proscrito en el mundo evangélico, vale compararse con Pablo, el gran Apóstol].
Los sujetos con trastorno narcisista de la personalidad creen que son superiores, especiales o únicos y esperan que los demás les reconozcan como tales [obviamente no lo dirán, pero cuando afirman algo lo hacen con la autoridad del magister dixit-"el maestro lo dijo"-y su palabra es inapelable, además gustan de epítetos antepuestos a su nombres o apellidos]. Piensan que sólo les pueden comprender o sólo pueden relacionarse con otras personas que son especiales o de alto status [sólo otros "ungidos", "iluminados" o pastores con gran experiencia los entenderían] y atribuyen a aquellos con quienes tienen relación las cualidades de ser "únicos", "perfectos" o de tener "talento" [proclaman su amistad con grandes teólogos, doctores, reverendos, "ungidos", "apóstoles"]. Los sujetos con este trastorno creen que sus necesidades son especiales y fuera del alcance de la gente corriente [nunca consultarían o buscarían consejo con un cristiano de a pie pues ellos necesitan a otros líderes que sí les entiendan a su nivel]. Su propia autoestima está aumentada (por reflejo) por el valor idealizado que asignan a aquellos con quienes se relacionan [ellos valoran mucho a sus "consiervos" por encima de los miembros de iglesias que sólo son "laicos"]. Es probable que insistan en que sólo quieren a la persona "más importante" (médico, abogado, peluquero, profesor [pastor, apóstol, teólogo]) o pertenecer a las "mejores" instituciones [institutos bíblicos, seminarios], pero pueden devaluar las credenciales de quienes les contrarían [quienes les cuestionan es porque carecen de entrenamiento, iluminación o alguna entidad del mal les ha oscurecido el entendimiento].
Generalmente, los sujetos con este trastorno demandan una admiración excesiva. Su autoestima es casi siempre muy frágil. Pueden estar preocupados por si están haciendo las cosas suficientemente bien y por cómo son vistos por los demás [luego de un sermón les encanta escuchar halagos]. Esto suele manifestarse por una necesidad constante de atención y admiración. Esperan que su llegada sea recibida con un toque de fanfarrias y se sorprenden si los demás no envidian lo que ellos poseen. Intentan recibir halagos constantemente, desplegando un gran encanto. Las pretensiones de estos sujetos se demuestran en las expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial [quieren que se les trate como la mujer de Sunem lo hizo con Eliseo]. Esperan ser atendidos y están confundidos o furiosos si esto no sucede [son intolerantes a la frustración, no aceptan un "no" por respuesta]. Por ejemplo, pueden asumir que ellos no tienen por qué hacer cola y que sus prioridades son tan importantes que los demás deberían ser condescendientes con ellos [se les debe tolerar sus faltas y "errores" -a veces llamados pecados], por lo que se irritan si los otros no les ayudan en su trabajo "que es tan importante" [condenan vehementemente la falta de cooperación]. Esta pretenciosidad, combinada con la falta de sensibilidad para los deseos y necesidades de los demás, puede acarrear la explotación consciente o inconsciente del prójimo. Esperan que se les dé todo lo que deseen o crean necesitar, sin importarles lo que les pueda representar a los demás. Por ejemplo, estos sujetos pueden esperar una gran dedicación por parte de los demás y pueden hacerles trabajar en exceso sin tener en cuenta el impacto que esto pueda tener en sus vidas [les ordenan a quienes están bajo su autoridad que hagan las cosas a la manera de ellos pues esto es lo "mejor" sin importarles el costo]. 
La psiquiatría denomina "trastorno" a este tipo de conducta, pero la fe evangélica clasifica esta conducta en la categoría de "pecado". Cuan distante está este tipo de conducta de la esperada en aquellos que ocupan el liderazgo de la iglesia:
Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. (1 P. 5:1-4)

miércoles, 16 de enero de 2013

Ordenar y permitir

He notado que a veces en diferentes exposiciones acerca de la voluntad de Dios y la responsabilidad humana se hacen distinciones difusas. Un teólogo considera que Dios soberanamente ordenó que en el universo creado haya la posibilidad del mal. Otro teólogo dice que esto no es así, sino que Dios permitió el mal, pues decir que ordenó es hacerle autor. (Como si permitir no fuera tan comprometedor como ordenar). ¡Vaya solución! Esta sutileza parece satisfacer a ciertos teólogos. Pero, ¿acaso el verbo "permitir" realmente libera a Dios de cualquier autoría del mal? En rigor, ¿hay diferencia real entre "ordenar" y "permitir"? Estas diferenciaciones sutiles lamentablemente han sido divisivas. Para ilustrar este tipo de razonamiento quiero citar este trozo de este libro católico Institución Christiana (1799, pp. 21-22), traducido del francés por Pedro Joseph: 
P. Que entendeis quanndo decis que Dios lo gobierna todo?
R. Entiendo que Dios arregla todas las cosas con su providencia, y que nada sucede en el mundo sin órden suya ó á lo ménos sin su permision.
P. Que diferencia poneis entre la órden de Dios, y su permision?
R. Que hay unas cosas que Dios ordena y executa, y otras solo permite que sucedan.
P. Que cosas con las que Dios ordena y executa?
R. Dios lo ordena y obra todo, excepto el pecado, del qual no puede ser autor.
P. Que es lo que Dios permite únicamente que suceda, sin mandarlo ni obrarlo?
R. Solo el pecado.
P. Que entendéis quando decis que en órden al pecado Dios solo se ha permitiéndole? Quereis decir que Dios concede al hombre permiso para obrar el mal?
R. No es ese el sentido en que Dios permite el pecado. Estas palabras significan simplemente que siendo el hombre por si mismo capaz de pecar, Dios no le impide el uso de este poder y que obre mal.
P. No pudiera Dios impedir que los hombres pecasen?
R. Seguramente podría si quisiese; porque nada es imposible á Dios.
P. Porque pues permite Dios el pecado?
R. Le permite por una sabiduría profunda é impenetrable á nuestra corta capacidad. Todo quanto podemos saber en la materia es lo siguiente: 1.° Que pertenece al órden de la providencia no impedir que unas criaturas capaces de pecar, pequen en efecto si ellas quieren; y que experimenten en su caída la fragilidad de su naturaleza. 2. ° Si Dios no impide el pecado, es porque su omnipotencia sabe sacar bien del mismo mal, y hacer que el desórden del pecado entre en el órden de su justicia. Se sirve de la malicia de los malos para probar á los buenos para exercitar su paciencia, y para que resplandezca en ellos el poder de su gracia. Hace por una parte que aparezca su misericordia en aquellos que preserva ó libra del pecado; y por otra, la severidad de su justicia en el castigo de los que viven y mueren en el pecado. Enfin sin querer sondear la profundidad de los consejos del Altísimo, nos basta ver sensiblemente que Dios dexa cometer una multitud de pecados y desórdenes que pudiera impedir, para persuadirnos que siendo la misma santidad y justicia, obra en ello con soberana sabiduría; y para adorar con un santo temor la conducta de su providencia; suplicándole nos preserve del pecado, ó nos saque de él si hemos tenido la desgracia de cometerle. 
O esta afirmación más breve, más cercana en el tiempo, y más desconcertante del teólogo bautista arminiano Roger Olson (http://www.patheos.com/blogs/rogereolson/2012/08/john-piper-gods-sovereignty-and-sin/): 
Estas son preguntas separadas. El pecado es una forma del mal y por tanto una condición, no una sustancia. Todos los cristianos, hasta donde conozco, siempre han estado de acuerdo que el mal no es una “cosa”, una sustancia, como un germen. Todos los cristianos también están de acuerdo que aún el mal está bajo el reino de Dios en el sentido que él lo permite y lo limita. (Bueno, eso es, a menos que tú consideres a los teólogos del proceso como cristianos).
En esta lógica de Olson, Dios deja de ser autor del mal al permitirlo y limitarlo, y a la vez ese mal continúa estando bajo el reino de dicho Dios.
Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie (Stg.1:13).
En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, (Ef. 1:11).
Para explicar la soberanía de Dios sin que sea el autor del mal se ha recurrido a estas explicaciones: el decreto y la permisión. La Biblia presenta ambas afirmaciones (la de la soberanía Divina y la presencia del mal) en tensión, y a veces es mejor admitir nuestra incapacidad de explicar satisfactoriamente dicha tensión porque nuestras explicaciones crean más problemas de los que resuelven.