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miércoles, 20 de marzo de 2013

Apocalipsis: oír a Jesucristo vs. oír a los expertos en escatología

La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, (Ap. 1:1) 
Uno de los libros de la Biblia que me apasionaba leer en mi adolescencia era Apocalipsis. Pero, con tantas controversias acerca de la interpretación de este libro aquella promesa de ser bienaventurado (Ap. 1:3) por oír esta profecía la sentía diluirse en el mar del debate escatológico. Esto siempre me pareció injusto, pues sentía que la mente humana me estaba robando el gozo de oír a Jesucristo. Por eso, luego de un breve desencanto retomé mi lectura del Apocalipsis. 
Me agrada releer este precioso libro, pero en voz alta porque fue redactado para ser oído (οἱ ἀκούοντες, Ap. 1:3). Una vez prediqué este libro sin enfrascarme en el debate escatológico. Tan sólo lo expuse tratando de leer el texto tal como está ahí, e hice aplicaciones pastorales, porque creo que ese es el punto. No suelo expresar mis opiniones exegéticas acerca del Apocalipsis porque es Jesucristo quien debe ser oído, no tanto el predicador o el experto en escatología. Me adhiero, no sin reservas, a una forma de entender este texto. La escuela de interpretación a la que me refiero se conoce como premilenarismo en su versión dispensacional. Sin embargo, mi entendimiento del Apocalipsis es quizá un dispensacionalismo “heterodoxo” para algunos que consideran como dogma la forma cómo John F. Walvoord, Charles C. Ryrie o Robert L. Thomas estructuran e interpretan este libro. Respeto profundamente a tales maestros de las Sagradas Escrituras y agradezco a Dios por ellos, pero no les atribuyo infalibilidad. Al releer una y otra vez el Apocalipsis no quiero ser fiel a un sistema de interpretación, sólo quiero cual María la hermana de Lázaro, escuchar al Divino Maestro a sus pies. 
Ahora quiero resaltar algunos detalles poco advertidos. Considero afortunado que R. Bauckham me haya hecho reparar en el primer versículo de este libro para apreciar la “cadena de revelación”[1] o “cadena de comunicación de la revelación”[2], como él le llama: Dios, Jesucristo, el ángel, Juan y los cristianos. Algo que sobresale en esta cadena es la trascendencia de los dadores de la revelación. El ángel se niega a recibir adoración (22:8-9), pero Jesús sí es adorado (5:8-12) lo cual indica claramente que Juan considera a Jesucristo como trascendente en contraste con los intermediarios. Otra feliz observación de Bauckham es que Jesucristo no es visto por Juan como un intermediario. Dios y Jesucristo son para Juan los dadores de la revelación, y el ángel con Juan son los instrumentos para comunicar a los cristianos tal revelación.[3] 
La realidad intermediaria del ángel es digna de resaltar, al menos en una sociedad occidental tan secularizada y poco consciente del mundo angelical. Robert L. Thomas considera que el ángel es una referencia a los ángeles como en 17:1 y 21:9, y posiblemente incluye a los cuatro seres vivientes (cap. 4) como seres angelicales.[4] Me parece más acertada la observación de Bauckham quien, además de notar el acuerdo verbal entre 1:1 y 22:6 (probablemente con una relevancia estructural)[5], considera que el ángel de 1:1 es el mismo de 22:6,16, y considera que es el mismo ángel del cap. 10 porque ningún ángel aparece como mediador a Juan hasta el cap. 10.[6] Estas afirmaciones evidentemente son debatibles, pero tiene a su favor la presencia del artículo definido con ἄγγελος que indicaría que Juan tiene en mente a un ángel específico. Como observa David Aune un ángel único sólo se menciona en el prólogo (1:1–8) y en el epílogo (22:6–21).[7] Nuevamente, en ambos pasajes se exalta a Jesucristo como el dador de la revelación. 
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[1] Richard Bauckham, The Climax of the Prophecy: Studies on the Book of Revelation (Edinburgh: T&T Clark, 1993), 85. 
[2] Ibid., 135. 
[3] Ibid. 
[4] Robert L. Thomas, Revelation 1-7: An Exegetical Commentary (Chicago: Moody, 1992), 56. Carballosa sigue a Thomas en esta interpretación (Apocalipsis: La consumación del plan eterno de Dios [Grand Rapids: Portavoz, 1997], 42). 
[5] Bauckham, op. cit., 23.
[6] Ibid., 255-256. 
[7] David E. Aune, Revelation 1-5:14 (WBC 52A; Dallas: Word, 2002), 16.

sábado, 16 de marzo de 2013

Cuando el pastor reclama que le digan "pastor": Jesús, los Rabinos y el uso de títulos en el ministerio (revisión)

Esta es la revisión de un artículo que publiqué en el año 2011, y creo conveniente recordar algunas cosas que mencioné en aquella ocasión. A quienes están cumpliendo funciones pastorales en la iglesia de Cristo les invito a examinarnos a la luz de las Sagradas Escrituras. Craig Blomberg publicó en diciembre del 2011 un muy apropiado artículo en su blog acerca del uso de títulos en el ministerio: “Oh Yes, He’s the Right Reverend Professor Doctor So-and-So!” (¡Oh sí, es el Reverendísimo Profesor Doctor Fulano de Tal!). Craig (como prefiere que le llamen) formula varias preguntas: 
¿Puedes llamar a tu pastor sólo por su primer nombre y te sientes cómodo de hacerlo? ¿El pastor se siente igual de cómodo contigo? Si no, ¿por qué no? ¿Las respuestas a esta pregunta son bíblicas o sólo tradicionales? Más importante aún, ¿puedes amablemente cuestionar y estar en desacuerdo con las decisiones de tu pastor y continuar valorándose entre sí, o es que alguien tiene que "ganar"? 
En cada contexto cultural hay formas del habla que sirven para expresar respeto a las personas, y esto tiene peculiaridades asociadas a la época, región, etc. Pero, también es cierto que existen personas que aman capturar la atención y el ser llenos de deferencia. En lo personal, no tengo problemas que me llamen “pastor Manuel” o “pastor Rojas”. Con frecuencia me han llamado “hermano Manuel”, y este trato lo aprecio mucho porque antes de ser pastor de alguien, soy su hermano en Cristo. Cuando ministraba en Ica, una hermana muy anciana a quien tengo mucho aprecio me trataba como “hermano pastor”. A pesar de mi juventud, ella me trató con respeto y genuino amor fraternal. Sé de quienes no tolerarían que alguien les llamase “hermano”, pues estarían prestos a reclamar no sólo el título de “pastor” sino también los miramientos que corresponderían al cargo o la posición. Nuestro Divino Redentor no era muy benevolente con los títulos y consideraciones de acuerdo a Mateo 23:5-12: 
5 Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; 6 y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas, 7 y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí. 8 Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. 9 Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. 10 Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo. 11 El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. 12 Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. 
5 πάντα δὲ τὰ ἔργα αὐτῶν ποιοῦσιν πρὸς τὸ θεαθῆναι τοῖς ἀνθρώποις· πλατύνουσιν γὰρ τὰ φυλακτήρια αὐτῶν καὶ μεγαλύνουσιν τὰ κράσπεδα, 6 φιλοῦσιν δὲ τὴν πρωτοκλισίαν ἐν τοῖς δείπνοις καὶ τὰς πρωτοκαθεδρίας ἐν ταῖς συναγωγαῖς 7 καὶ τοὺς ἀσπασμοὺς ἐν ταῖς ἀγοραῖς καὶ καλεῖσθαι ὑπὸ τῶν ἀνθρώπων ῥαββί. 8 ὑμεῖς δὲ μὴ κληθῆτε ῥαββί· εἷς γάρ ἐστιν ὑμῶν ὁ διδάσκαλος, πάντες δὲ ὑμεῖς ἀδελφοί ἐστε. 9 καὶ πατέρα μὴ καλέσητε ὑμῶν ἐπὶ τῆς γῆς, εἷς γάρ ἐστιν ὑμῶν ὁ πατὴρ ὁ οὐράνιος. 10 μηδὲ κληθῆτε καθηγηταί, ὅτι καθηγητὴς ὑμῶν ἐστιν εἷς ὁ Χριστός. 11 ὁ δὲ μείζων ὑμῶν ἔσται ὑμῶν διάκονος. 12 ὅστις δὲ ὑψώσει ἑαυτὸν ταπεινωθήσεται καὶ ὅστις ταπεινώσει ἑαυτὸν ὑψωθήσεται. 
Lo que me parece desconcertante es que aun la palabra "siervo" (y su acompañante "consiervo") se usa como título, paradójicamente desprovista de su significado, pues muchas veces quienes usan estos términos no dudan en reclamar deferencias hacia ellos. Las sociedades en medio-oriente durante la antigüedad eran sociedades muy jerarquizadas y estratificadas. Es conveniente releer la información que nos proporciona Joachim Jeremías acerca de los escribas y su estatus en el primer siglo: 
El alumno estaba en relación personal con su maestro y escuchaba su enseñanza. Cuando había llegado a dominar toda la materia tradicional y el método de la halaká, hasta el punto de estar capacitado para tomar decisiones personales en las cuestiones de legislación religiosa y de derecho penal, era “doctor no ordenado” (talmîd hakam). Pero sólo cuando había alcanzado la edad canónica, para la ordenación, fijada en cuarenta años según una noticia postannaítica, podía ser recibido por la ordenación (semikah), en 1a corporación de escribas, como miembro de pleno derecho, como “doctor ordenado” (hakam). A partir de entonces estaba autorizado a zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y ritual, a ser juez en 1os procesos criminales y a tomar decisiones en los civiles, bien como miembro de una corte de justicia, bien individualmente.
Tenía derecho a ser llamado Rabbí, pues este título estaba ya ciertamente en uso entre los escribas del tiempo de Jesús. Además otras personas que no habían recorrido el ciclo regular de formación terminado con la ordenación eran llamadas también Rabbí: Jesús de Nazaret es un ejemplo. Se explica por el hecho de que este título, al comienzo del siglo I de nuestra Era, estaba sufriendo una evolución; siendo primero un título honorífico general, iba a quedar reservado exclusivamente para los escribas. De todos modos, un hombre desprovisto de la formación rabínica completa pasaba por grammata mē memathēkōs (Jn 7,15); no tenía derecho a los privilegios del doctor ordenado.[1] 
Y, más adelante J. Jeremías añade: 
Nuestras fuentes suministran gran cantidad de pequeños detalles que evidencian el prestigio de los escribas a los ojos del hombre de la calle. Lo vemos levantarse respetuosamente al paso de un escriba; sólo estaban excusados de hacerlo los obreros durante su trabajo. Lo oímos saludar solícitamente al escriba, llamándole “rabbí”, “padre”, “maestro” cuando éste pasa ante él con su túnica de escriba, que tenía forma de manto que caía hasta los pies y estaba adornada de largas franjas (Mt 23,5). Cuando los notables de Jerusalén dan una comida, es un ornato de la fiesta ver aparecer, por ejemplo, dos alumnos y futuros doctores como Eliezer ben Hirkanos y Yoshuá ben Jananya. Los primeros puestos están reservados a los escribas (Mt 12,39 y par.) y el rabbí precede en honor al hombre de edad, incluso a sus padres. En la sinagoga ocupaba también el puesto de honor; se sentaba de espaldas al armario de la Torá, mirando a los asistentes y visible de todos (ibid.), Los escribas, finalmente, no se casaban más que excepcionalmente con hijas de gentes no peritas en la Ley.[2] 
El respeto por las personas que están al servicio de Dios es legítimo, pero creo desafortunado pensar que el cargo per se otorga tal prerrogativa. Es decir, la gente debe respetar al pastor porque tiene el cargo y título de "pastor". Esto se acerca más al comportamiento de Diótrefes que al de los ministros de Jesucristo (3 Jn. 9-10):
9 Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. 10 Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohibe, y los expulsa de la iglesia.
Un anciano siervo de Jesucristo exhortaba a sus compañeros de ministerio mucho más jóvenes que él a que ejercieran su autoridad por medio del ejemplo. El anciano era Pablo, quien él mismo practicaba este método de ejercer autoridad espiritual con el ejemplo.
2 Tesalonicenses 3:9: no porque no tuviésemos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para que nos imitaseis.
1 Timoteo 4:12: Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.
Tito 2:7: presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, 
Pedro también enseñó lo mismo:
1 Pedro 5:3: no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. 
El respeto se gana por medio de un testimonio ejemplar. 
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[1] Joachim Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús (2ª ed.; Madrid: Cristiandad, 1980), 251-252. 
[2] Ibíd., 259-260.

miércoles, 25 de julio de 2012

Timoteo ¿"tímido"?


Τάχα τις ἡγεῖται ἀνάξιον εἶναι τῆς ἀνδρείας τῆς Τιμοθέου τὴν παράκλησιν ταύτην· ἀλλ' οὐ Τιμοθέου ἕνεκεν τοῦτο εἴρηται, ἀλλὰ τῶν ἀκουόντων…[1]
Quizá alguien pueda pensar algo indigno del valor de Timoteo en esta exhortación. Pero, no por Timoteo se dice, sino por los oyentes…

Estoy repasando las citas acerca de Timoteo en el NT para mis notas en un breve estudio para una clase en un congreso de jóvenes. Uno de los problemas que he encontrado en los estudios bíblicos es la reconstrucción del carácter de los personajes bíblicos. Las categorías psicológicas modernas que usamos muchas veces no hacen justicia a los datos bíblicos, y por otro lado, la escasez de los datos debería ser razón suficiente para no aventurarnos en descripciones dogmáticas del carácter de un personaje bíblico. Lo que tenemos son atisbos de los personajes. No soy agnóstico con relación a las probables reconstrucciones del carácter de algún personaje bíblico. Mi punto es que debemos ser conscientes de nuestras limitaciones y admitir que tenemos sólo algunos rasgos sujetos a interpretación.
Por ejemplo, con cierta frecuencia se señala la timidez de Timoteo. Es casi proverbial referirse a ella. Esto ocurre entre los expositores modernos.[2] Según mi parecer, hay factores contextuales que no se han tomado suficientemente en cuenta respecto a los textos de prueba que sustentan la hipótesis del "tímido" Timoteo.
Los textos en cuestión son 1Co 16:10 y 2Ti 1:7. Resulta irónico que dos textos sean usados para aseverar el temperamento tímido de Timoteo sin tomar en cuenta que la mayoría de referencias en Hechos, la epístola a los Hebreos y las epístolas de Pablo nos muestran a un Timoteo con suficiente valor y fuerza de personalidad como para ser el representante del apóstol Pablo en varias congregaciones. Con relación a los textos de 1Co 16:10 y 2Ti 1:7, vale consultar el artículo de Christopher R. Hutson, “Was Timothy Timid? On the Rhetoric of Fearlessness (1 Cor 16:10–11) and Cowardice (2 Tim 1:7)”, BR 42 (1997): 58–73. Como Hutson arguye convincentemente, no hay base para concluir que Timoteo era tímido.
Nada en las cartas de Pablo o en los Hechos refleja negativamente sobre el temperamento de Timoteo o sugiere que él era "cualquier cosa menos un evangelista fuerte, confiable, y sacrificado" (Hutson 1997: 65).[3]
Gordon Fee hace una breve y acertada semblanza de Timoteo que resumo así:
  • En varias ocasiones, Pablo llama a Timoteo “mi hijo amado y fiel en el Señor” (1 Co 4:17; cf. Flp 2:22; 1 Ti 1:2; 2 Ti 1:2), y su “colaborador” (συνεργός) en el evangelio (Ro 16:21; cf. 1 Ts 3:2; 1 Co 16:10; Flp 2:22). 
  • Como su hijo, Timoteo era el compañero más íntimo de Pablo (1 Ti 4:6; 2 Ti 3:10-11; cf. 2 Ti 1:13; 2:2); compartía su punto de vista (Flp 2:20) y podía encaminar a las iglesias de acuerdo a esa perspectiva (1 Ts 3:2-3; 1 Co 4:17). 
  • Como colaborador, Timoteo se había encargado previamente de tres iglesias: Tesalónica (ca. 50 d.C; 1 Ts 3:1-10), Corinto (ca. 53-54 d.C.; 1 Co 4:16-17; 16:10-11), y Filipos (ca. 60-62 d.C.). 
  • También colaboró en seis de las cartas existentes de Pablo (1 y 2 Ts; 2 Co; Col; Flm; Flp; cf. Ro 16:21).
Actualmente, noto una tendencia a rechazar la imagen de un pelele Timoteo, lo cual hace justicia al conjunto global de los textos del NT.[4]


[1] Juan Crisóstomo, Hom. 1 Cor. (XLIV) 61.373.25 (NPNF, 12:263).
[2] Cf. Walter Lock, A Critical and Exegetical Commentary on the Pastoral Epistles (I & II Timothy and Titus) (Edinburgh: T. & T. Clark, 1924), 86; Donald Guthrie, vol. 14, Pastoral Epistles: An Introduction and Commentary (TNTC; Nottingham, England: Inter-Varsity, 1990), 141,144; G. F. Hawthorne, “Timothy” en ISBE 4:858. Ver también, William Hendriksen, 1 y 2 Timoteo y Tito (Grand Rapids: Desafío, 1979), 260; Simon J. Kistemaker, 1 Corintios (Grand Rapids: Desafío, 1998), 656.
[3] David E. Garland, 1 Corinthians (BECNT; Grand Rapids: Baker Academic, 2003), 759.
[4] Cf. Roy E. Ciampa y Brian S. Rosner, The First Letter to the Corinthians (PNTC; Grand Rapids; Cambridge: Eerdmans, 2010), 851 n28; William D. Mounce, Pastoral Epistles (WBC 46; Dallas: Word, 2002), 477-479; Anthony C. Thiselton, The First Epistle to the Corinthians: A Commentary on the Greek Text (NIGTC; Grand Rapids: Eerdmans, 2000), 1331.

jueves, 16 de julio de 2009

B. D. Ehrman y los Hechos de Pablo y de Tecla


En su libro Cristianismos Perdidos, el Dr. Ehrman se refiere así al apócrifo Hechos de Pablo y de Tecla:
Al igual que las historias sobre Jesús, los relatos sobre la milagrosa vida de Tecla circularon en un principio como tradiciones orales, probablemente desde comienzos del siglo II. Sin embargo,ésta es bastante famosa gracias a una narración escrita, los Hechos de Tecla, que luego sería incluida dentro de un corpus de textos mucho más amplio conocido como los Hechos de Pablo, que narra los viajes y aventuras milagrosas del apóstol. Una de las características más sorprendentes de los relatos sobre Pablo y Tecla es que sabemos que es una falsificación. Por supuesto, también sabemos que el evangelio de Pedro es una falsificación, y que lo son otros libros que hemos mencionado antes -el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe y el Apocalipsis de Pedro- y muchos otros textos del mundo antiguo. Sin embargo, en este caso hay una importante diferencia. El autor que falsificó los Hechos de Pablo y Tecla fue atrapado y confesó su fechoría.[1]
Esto resulta interesante porque he oído con frecuencia a predicadores con mucha convicción afirmar que Pablo era pequeño de estatura, de piernas curvas, cabello ralo, y que debido a dicho aspecto físico era menospreciado por los cristianos (i.e. los corintios, los gálatas).
Al parecer el prof. G. A. Deissmann creía que la descripción de Pablo era probablemente correcta, pero eso no es seguro.
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[1] Bart D. Ehrman, Cristianismos Perdidos: Los credos proscritos del Nuevo Testamento (trad. Luis Noriega; Barcelona: Ares y Mares, 2004), 56.