Figuran en primer lugar los gramáticos, casta que sería seguramente la más desgraciada, la más afligida y la más menospreciada de los dioses, si yo no acudiera a mitigar los enojos de su triste profesión con cierto género de una agradable locura... (p. 134)
He conocido a un erudito que domina el griego, el latín, las matemáticas, la Filosofía y la Medicina y no sé cuántas cosas más, que siendo ya sexagenario, abandonó todas estas ciencias para dedicarse exclusivamente a la Gramática, en la que hace más de veinte años se rompe la cabeza y se devana los sesos, diciendo que sería completamente feliz si le fuera dado vivir solamente el tiempo preciso para determinar claramente el modo de distinguir las ocho partes de la oración, cosa que, hasta ahora, según él, ni los griegos ni los latinos han logrado hacer de una manera satisfactoria, como si fuera un casus belli el confundir una conjunción con un adverbio. De aquí que, habiendo tantas gramáticas como gramáticos, o, mejor dicho, más (pues sólo mi amigo Aldo Mauricio ha impreso más de cinco), no se encuentra ninguna, por bárbara y enojosa que sea, que nuestro hombre no haya hojeado y meditado, para no tener que envidiar al más inepto pedante que se dedique a estas especulaciones. ¡De tal modo teme que se le quite su gloria y que se malogren tantos años de trabajo!
¿Cómo queréis llamar a esto locura o necedad? Llámese con uno u otro nombre, poco importa, con tal que reconozcáis que, gracias a mis beneficios, el animal más miserable de todos goza de tal felicidad, que no querría trocar su suerte por la de los reyes de Persia. (pp. 136-137)
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