Craig Blomberg ha
publicado recientemente un muy apropiado artículo en su blog acerca del uso de
títulos en el ministerio: “Oh Yes, He’s the Right Reverend Professor DoctorSo-and-So!” (¡Oh sí, es el Reverendísimo Profesor Doctor Fulano de
Tal!).
En cada contexto cultural hay formas del habla
que sirven para expresar respeto a las personas, y esto tiene peculiaridades
asociadas a la época, región, etc. Pero, también es cierto que existen personas
que aman capturar la atención y el ser llenos de deferencia.
En lo personal, no tengo problemas que me
llamen “pastor Manuel” o “pastor Rojas”. Con frecuencia me han llamado “hermano
Manuel”, y este trato lo aprecio mucho porque antes de ser pastor de alguien,
soy su hermano en Cristo.
Cuando ministraba en Ica, una hermana muy anciana a quien tengo mucho
aprecio me trataba como “hermano pastor”. A pesar de mi juventud, ella me trató
con respeto y genuino amor fraternal. Sé de quienes no tolerarían que alguien
les llamase “hermano”, pues estarían prestos a reclamar no sólo el título de “pastor”
sino también los miramientos que corresponderían al cargo o la posición.
Nuestro Divino Redentor no era muy benevolente
con los títulos y consideraciones de acuerdo a Mateo 23:5-12:
5 Antes, hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos;6 y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas,7 y las salutaciones en las plazas, y que los hombres los llamen: Rabí, Rabí.8 Pero vosotros no queráis que os llamen Rabí; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos.9 Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.10 Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo.11 El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo.12 Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.5 πάντα δὲ τὰ ἔργα αὐτῶν ποιοῦσιν πρὸς τὸ θεαθῆναι τοῖς ἀνθρώποις· πλατύνουσιν γὰρ τὰ φυλακτήρια αὐτῶν καὶ μεγαλύνουσιν τὰ κράσπεδα,6 φιλοῦσιν δὲ τὴν πρωτοκλισίαν ἐν τοῖς δείπνοις καὶ τὰς πρωτοκαθεδρίας ἐν ταῖς συναγωγαῖς7 καὶ τοὺς ἀσπασμοὺς ἐν ταῖς ἀγοραῖς καὶ καλεῖσθαι ὑπὸ τῶν ἀνθρώπων ῥαββί.8 ὑμεῖς δὲ μὴ κληθῆτε ῥαββί· εἷς γάρ ἐστιν ὑμῶν ὁ διδάσκαλος, πάντες δὲ ὑμεῖς ἀδελφοί ἐστε.9 καὶ πατέρα μὴ καλέσητε ὑμῶν ἐπὶ τῆς γῆς, εἷς γάρ ἐστιν ὑμῶν ὁ πατὴρ ὁ οὐράνιος.10 μηδὲ κληθῆτε καθηγηταί, ὅτι καθηγητὴς ὑμῶν ἐστιν εἷς ὁ Χριστός.11 ὁ δὲ μείζων ὑμῶν ἔσται ὑμῶν διάκονος.12 ὅστις δὲ ὑψώσει ἑαυτὸν ταπεινωθήσεται καὶ ὅστις ταπεινώσει ἑαυτὸν ὑψωθήσεται.
Es
conveniente releer la información que nos proporciona Joachim Jeremías acerca
de los escribas y su status en el primer siglo:
El alumno estaba en relación personal con su maestro y escuchaba su enseñanza. Cuando había llegado a dominar toda la materia tradicional y el método de la halaká, hasta el punto de estar capacitado para tomar decisiones personales en las cuestiones de legislación religiosa y de derecho penal, era “doctor no ordenado” (talmîd hakam). Pero sólo cuando había alcanzado la edad canónica, para la ordenación, fijada en cuarenta años según una noticia postannaítica, podía ser recibido por la ordenación (semikah), en 1a corporación de escribas, como miembro de pleno derecho, como “doctor ordenado” (hakam). A partir de entonces estaba autorizado a zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y ritual, a ser juez en 1os procesos criminales y a tomar decisiones en los civiles, bien como miembro de una corte de justicia, bien individualmente.Tenía derecho a ser llamado Rabbí, pues este título estaba ya ciertamente en uso entre los escribas del tiempo de Jesús. Además otras personas que no habían recorrido el ciclo regular de formación terminado con la ordenación eran llamadas también Rabbí: Jesús de Nazaret es un ejemplo. Se explica por el hecho de que este título, al comienzo del siglo I de nuestra Era, estaba sufriendo una evolución; siendo primero un título honorífico general, iba a quedar reservado exclusivamente para los escribas. De todos modos, un hombre desprovisto de la formación rabínica completa pasaba por grammata mē memathēkōs (Jn 7,15); no tenía derecho a los privilegios del doctor ordenado.[1]
Y, más adelante J.
Jeremías añade:
Nuestras fuentes suministran gran cantidad de pequeños detalles que evidencian el prestigio de los escribas a los ojos del hombre de la calle. Lo vemos levantarse respetuosamente al paso de un escriba; sólo estaban excusados de hacerlo los obreros durante su trabajo. Lo oímos saludar solícitamente al escriba, llamándole “rabbí”, “padre”, “maestro” cuando éste pasa ante él con su túnica de escriba, que tenía forma de manto que caía hasta los pies y estaba adornada de largas franjas (Mt 23,5). Cuando los notables de Jerusalén dan una comida, es un ornato de la fiesta ver aparecer, por ejemplo, dos alumnos y futuros doctores como Eliezer ben Hirkanos y Yoshuá ben Jananya. Los primeros puestos están reservados a los escribas (Mt 12,39 y par.) y el rabbí precede en honor al hombre de edad, incluso a sus padres. En la sinagoga ocupaba también el puesto de honor; se sentaba de espaldas al armario de la Torá, mirando a los asistentes y visible de todos (ibid.), Los escribas, finalmente, no se casaban más que excepcionalmente con hijas de gentes no peritas en la Ley.[2]
El respeto por las personas que están al servicio de Dios es legítimo,
pero creo desafortunado pensar que el cargo per se otorga tal prerrogativa. Si
ese fuera el caso no tendría sentido insistir como lo hace Pablo a Timoteo que “sea
ejemplo” (1Ti 4:12). El respeto se gana por medio de un testimonio ejemplar.
[1] Joachim Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús (2ª ed.; Madrid:
Cristiandad, 1980), 251-252.
[2] Ibíd., 259-260.