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jueves, 3 de septiembre de 2009

¿"servidores" o "remeros"? ὑπηρέτας otra vez (1Co. 4.1)


En un anterior artículo escribí acerca de la palabra ὑπηρέτας en 1Co. 4.1, que no debería entenderse como "remero del nivel más bajo de un trirreme", sino como "asistente, sirviente" bajo autoridad. Existe una inscripción del siglo 1 aC. que parecería sugerir el significado de "remero":

θυόντωι δὲ καὶ τοὶ ὑπηρέται τᾶν μακρᾶν ναῶν Ποτειδᾶνι καὶ...[1]

Sin embargo, tanto los editores del diccionario estándar del griego clásico, el LSJ[2], como K. H. Rengstorf[3], dudan que se deba entender aquí como "remeros". Aunque es un significado etimológico posible, de acuerdo a G. Schneider, "El NT siempre lo usa en el sentido más general de asistente o sirviente (de alguien en una posición más alta)".[4]


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[1] SIG 1000.31 (Sylloge inscriptionum graecarum, ed. Wilhelm Dittenberger. 3rd edn., eds. Friedrich Hiller von Gaertringen, Johannes Kirchner, Hans Rudolf Pomtow and Erich Ziebarth. 4 vols. Leipzig 1915-1924.)

[2] Henry George Liddell et al., A Greek-English Lexicon (Oxford; New York: Clarendon; Oxford University Press, 1996), 1872.

[3] TDNT 8:534: Rengstorf considera este significado como "muy incierto".
[4] EDNT 3:400.

lunes, 23 de febrero de 2009

José M. Martínez y la "línea de pensamiento"


La obra del pastor José M. Martínez (pensamientocristiano.com) en el campo de la interpretación proviene de su libro Hermenéutica Bíblica. Éste, es un libro que evidencia un trabajo minucioso por parte del pastor Martínez (¡586 págs.!).

Acerca de cuestiones hermenéuticas, podemos notar que la tarea interpretativa puede adolecer de ciertas "desproporciones". Es posible que al observar un árbol dejemos de apreciar el bosque y todo el paisaje. En dicha obra, en el capítulo acerca del "Análisis Lingüístico del Texto", el pastor Martínez señala algo similar:




A menos que se tenga una idea clara del origen y desarrollo del pensamiento que preside el texto, es fácil perderse entre los detalles semánticos de las palabras sueltas. Sólo cuando el intérprete ha captado lo sustancial de la línea de pensamiento que atraviesa las palabras, frases, párrafos o secciones está en condiciones de analizar éstos. Paul Ricoeur tiene razón cuando asevera que “un texto no es, en efecto, una simple secuencia de frases, y el sentido del texto no es la suma del sentido de cada una de sus partes. Un texto es un todo relacionado de forma específica con sus partes; hay que elaborar la jerarquía de sus elementos: elementos principales y elementos subordinados; elemento esencial y elemento no-esencial”[1]
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[1] José M. Martínez, Hermenéutica Bíblica (Terrassa: CLIE, 1984), 136.

viernes, 20 de febrero de 2009

John R. Searle y la complejidad del lenguaje


Cuando A. J. Ayer (Lenguaje, verdad y lógica) propuso el “principio de verificación” como criterio para determinar si una oración tiene significado, el problema afectó también a las afirmaciones en la teología, y obviamente a la hermenéutica bíblica. Las oraciones en teología se consideraron como proposiciones sin sentido porque no se pueden verificar ya sea analíticamente o empíricamente. Pero, ¿esta postura hace justicia a la realidad del lenguaje? ¿Qué tan complejo es el lenguaje?


John R. Searle hace las siguientes afirmaciones que merecen consideración:

Lo dicho hasta ahora plantea la siguiente cuestión previa: ¿Cómo sé las clases de cosas que afirmo saber sobre el lenguaje? Suponiendo incluso que tengo necesidad de respaldar mis intuiciones apelando a ciertas clases de criterios, sin embargo, si ha de mostrarse que éstos son válidos, ¿no deben estar respaldados por algo? ¿Qué clase de explicación o justificación podría ofrecer para la afirmación de que tal y tal secuencia de palabras es una oración, o de que “oculista” significa médico de ojos, o de que es analíticamente verdadero que las mujeres son hembras? En resumen ¿cómo se verifican tales afirmaciones? Estas cuestiones adquieren una particular importancia si se toman como expresiones de la siguiente cuestión subyacente: “¿No es cierto que todo conocimiento de esta clase, si ha de ser realmente válido, debe basarse en una investigación empírica de la conducta lingüística humana?” ¿Cómo podría alguien saber tales cosas a menos que hubiese realizado un examen estadístico exhaustivo de la conducta verbal de los hablantes del castellano, para descubrir así, cómo ellos usan de hecho las palabras? Mientras esté pendiente tal investigación, ¿no son todas estas argumentaciones mera especulación precientífica?
Como un paso para responder a estos desafíos, me gustaría hacer y desarrollar la sugerencia siguiente. Hablar un lenguaje es tomar parte en una forma de conducta (altamente compleja) gobernada por reglas. Aprender y dominar un lenguaje es (inter alia) aprender y haber dominado esas reglas. Este es el punto de vista familiar en filosofía y en lingüística, pero sus consecuencias no siempre se comprenden completamente.[1]
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[1] John R. Searle, Actos de Habla (Madrid: Cátedra, 1980), 21-22 (hay una edición del 2001).