sábado, 12 de julio de 2008

Prefacio del libro La Búsqueda de Dios de A. W. Tozer


Me pareció muy oportuna la reflexión de Tozer. En medio de las ocupaciones académicas no debemos olvidar esto:


En esta hora de casi total oscuridad se vislumbra un des­tello alentador: dentro del cristianismo conservador cada día son más los que están sintiendo un anhelo creciente de encontrarse con Dios. Almas que desean co­nocer las realidades espirituales, y no se contentan con meras "interpretaciones" de la Palabra de Dios. Los que tienen verdadera sed de Dios no se contentan hasta que no beben de la fuente de Agua Viva.
Esta genuina sed y hambre de Dios es el único pre­cursor de avivamientos en el mundo religioso. Esta sed podrá ser al principio una nube del tamaño de una mano, que atisban unos pocos santos por aquí y por allá, pero puede ser el retorno a la vida de muchas gentes y la recuperación del esplendor que debe acompañar siempre a la fe en Cristo, y que parece haber desaparecido de las iglesias de hoy en día.
Nuestros dirigentes religiosos deben reconocer este ardiente deseo. El evangelismo de hoy en día parece haber levantado el altar y dividido el sacrificio en trozos, sin percatarse, quizá, que no hay fuego en la cumbre del monte Carmelo. Pero gracias a Dios porque hay algunos que se preocupan por ello. Son los que aman el altar, y se deleitan en el sacrificio, y no están conformes porque aún no ven descender el fuego. Lo que desean, por sobre todas las cosas, es la presencia de Dios. Más que ninguna otra cosa desean gustar de la "penetrante dulzura" del amor de Cristo, del cual escribieron los profetas y can­taron los salmistas.
No hay falta hoy en día de buenos maestros bíblicos que enseñan correctamente la doctrina de Cristo, pero muchos de ellos parecen contentarse, año tras año con enseñar los fundamentos de la fe, sin advertir que en su ministerio hay falta de la Presencia, ni nada en sus pro­pias vidas que sea extraordinario o sobrenatural. Ejercen su ministerio entre creyentes espirituales, anhelantes de experiencias que ellos no pueden satisfacer.
Lo digo con amor, pero en nuestros pulpitos falta calidad espiritual. Nuestros tiempos son semejantes a los de Milton, que le hicieron exclamar, "Las ovejas ham­brientas miran interrogantes, pero nadie las alimenta." Es algo patético, y lamentable, ver a los hijos de Dios sentados a la mesa del Padre y desfalleciendo de hambre. Se confirma la sentencia de Wesley, "La ortodoxia o co­rrecta opinión, es, después de todo, parte muy endeble de la religión. Si bien es cierto que nadie puede tener buen carácter sin tener buenas opiniones, es posible te­ner buenas opiniones sin tener buen carácter. Se pueden tener excelentes opiniones acerca de Dios sin que ello signifique que se lo ama o se desee servirle. Satanás es una prueba de ello."
Gracias a la notable difusión de la Biblia que se ve hoy en día mucha gente tiene correctas opiniones, quizá más que nunca antes en la historia. Sin embargo me pre­gunto si hubo alguna vez un tiempo en que la tempera­tura espiritual estuvo en un grado tan bajo. En grandes sectores de la iglesia se ha perdido el arte de la verdadera adoración, y en su lugar han puesto una cosa extraña y espuria llamada "programa!' Esta palabra ha salido del teatro y el circo, y se la aplica lamentablemente al tipo de servicios que hoy pasan por "adoración."
La exposición sana y correcta de la Biblia es impera­tiva en la iglesia del Dios vivo. Sin ella ninguna iglesia puede ser una iglesia neotestamentaria en el estricto sen­tido del término. Pero dicha exposición puede hacerse de manera tal que deje a los oyentes vacíos de verdadero alimento espiritual. Las almas no se alimentan solo de palabras, sino con Dios mismo, y mientras los creyentes no encuentren a Dios en una experiencia personal, las verdades que escuchen no les harán ningún bien. Leer y enseñar la Biblia no es un fin en sí mismo, sino el medio para que lleguemos a conocer a Dios, y que poda­mos deleitarnos con su presencia y gustemos cuan dulce y grato es sentirle en el corazón.
Este libro es un modesto intento para ayudar a los hijos de Dios a encontrarle a El. Nada nuevo hay en lo que decimos, excepto que describo mi propio hallazgo de verdades espirituales que han llegado a ser muy pre­ciosas para mí. Otros han avanzado mucho más que yo en estos sagrados misterios. Pero aunque mi fuego no es grande, no por eso deja de ser real y verdadero. Pueda ser que algunos logren encender sus velas con el fuego de mi lumbre.

A. W. Tozer
Chicago. E.U.A.
Junio 16 de 1948

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