De vez en cuando encontramos a alguien que dice con emoción: “No es necesario que interprete la Biblia; solamente léala y haga lo que dice.” Usualmente, tal afirmación refleja la protesta del lego contra los “profesionales”: eruditos, pastores, maestros, o instructores de escuela dominical, quienes, al “interpretar” parecen quitarles la Biblia a los “inexpertos”. Es su modo de decir que la Biblia no es un libro oscuro. “Al fin y al cabo”, alegan, “cualquier persona con medio cerebro puede leerla y entenderla. El problema de demasiados predicadores y maestros es que cavan tanto alrededor, que enlodan las aguas. Lo que era claro para nosotros cuando la leímos, ya no lo es tanto”.Hay mucha verdad en esa protesta. Estamos de acuerdo en que los cristianos debemos leer la Biblia, creer en ella y obedecerla. Especialmente, estamos de acuerdo en que la Biblia no debe ser un libro oscuro si se estudia y se lee debidamente. En realidad, estamos convencidos de que el problema más grave que la gente tiene con la Biblia no es la falta de comprensión, sino el hecho de que entienden la mayoría de las cosas demasiado bien. El problema de un texto como “haced todo sin murmuraciones y contiendas” (Filipenses 2:14), por ejemplo, no es entenderlo, sino obedecerlo: ponerlo en práctica.
También estamos de acuerdo en que el predicador o maestro se encuentra con mucha frecuencia inclinado a investigar a fondo, y por lo tanto cubre el significado sencillo del texto, que a menudo está en la superficie. Decimos desde ahora, y repetimos en toda la obra, que el propósito de la buena interpretación no es la singularización; no se trata de descubrir lo que nadie más haya visto antes.
Las interpretaciones que tienen como objetivo de sus esfuerzos la singularización, por lo general se pueden atribuir al orgullo (un intento por parecer “más inteligentes” que el resto del mundo), a una comprensión falsa de la espiritualidad (que supone que la Biblia está llena de verdades profundas para que las saque a luz la persona de sensibilidad espiritual con capacidades especiales), o los intereses creados (la necesidad de apoyar una posición teológica, especialmente al tratar textos que van en contra de esa posición). Las interpretaciones singulares son usualmente erróneas. No
decimos que la comprensión correcta de un texto no pueda, a menudo, parecer singular a la persona que la oye por primera vez. Pero decimos que la singularidad no es el propósito de nuestra tarea.
El propósito de la buena interpretación es sencillo: llegar al significado sencillo del texto. El ingrediente más importante que se pone en esa tarea es el sentido común iluminado. La prueba de la buena interpretación es que le da buen sentido al texto. La interpretación correcta, por lo tanto, le da paz a la mente y aliento al corazón.Ahora bien, si el significado sencillo es el propósito de la interpretación, entonces ¿por qué interpretar? ¿Por qué no debemos solamente leer? ¿El significado sencillo no se encuentra solamente con la lectura? En cierto sentido, sí; pero, en un sentido más amplio, tal argumento es ingenuo e irreal, debido a dos factores: la naturaleza del lector y la naturaleza de las Escrituras. [1]
[1] Gordon D. Fee & Douglas Stuart, La Lectura Eficaz de la Biblia (Miami: Vida, 1985), 11-12.